domingo

Cuando Hicimos el Amor en la Cama de mis Padres


Como adolescentes que lo sueñan pero no lo hacen…o quizás sí.

Siendo ambos adultos, rompimos las trabas mentales de la edad, sólo por el placer real.

Por aquel que indagar cada uno qué teníamos en ese bello acto de hacer el amor.

Una llamada pícara tuya, la oportunidad que se dio ante un viaje y el cumplimiento del deber de mis padres…la oportunidad dorada.

En pocas palabras, lo decidimos. Y te agradezco dieras el primer paso. Para una mujer hacerlo no es fácil ni le indica como fácil. Es ser decidida en lo que quiere, iniciativa, excitante dominio.

Comprar preservativos mientras de tu casa venías, preparar el ambiente de por sí siempre desarreglado de mi cuarto, eso que se hace corriendo siempre que te avisan que llegará visita en pocos minutos.

Bañarme, prepararme mentalmente, la ansiedad, los nervios. Porque los hombres también sentimos, aunque muy de guapos nos las demos. A la larga somos humanos y sensibles.

El tráfico condenado debilitaba los minutos que tendríamos. Luego de una espera que se hacía más larga por la impaciencia y la efervescencia del deseo…llegaste.

Unas palabras, unas sonrisas y un enemigo…el reloj. Ya que mi padre vendría a almorzar.

Subir, besarnos y hablar a la vez, desvestirnos, seguir besándonos, nalgadas para ti, rasguños sexis para mi. El lugar al fin elegido: la cama de mis padres, cómplice silente de ningún pecado.

Llegó el momento, la protección tocaba, pues el pensamiento de responsabilidad nos rodeaba para bien. 

Exclamaste ¡oh wow! al ver mi miembro al que creías más pequeño. Yo suspiré emocionado al ver tú muy coqueta vagina.

Y lo que sucedió no lo detallo porque es mío y tuyo, sólo diré algo de ello: tu gemido y mi grito al terminar, son dos canciones al deseo, compuesta del corazón.

Ya luego al refrescarnos, tocarnos y vestirnos, con unos besos además, luego charlar hechos los tontos, como dos adultos con una picardía bien concretada.

Se abrió la puerta y llegó mi padre. Jamás he sabido si notó nuestros rostros pícaros y culpables.

Te acompañé a donde esperarías el transporte.

Hubo un adiós que no temí, sería definitivo.
Y fue por mi culpa.

Pero lo labrado en mí ser ¿Quién me lo quita?

La respuesta es: ¡Ni la muerte lo haría!.

Gracias por ver en mí, a un hombre.

Cuando en la cama de mis padres me acuesto, siempre, siempre, siempre, ello siento, eso recuerdo.

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