Desde mis 13 años, cuando la situación apremió en mi casa, me dediqué a la recolección de latas. También otras formas de aluminio y el bronce y cobre, que eran más fáciles de manipular.
Cuando iba con mi mamá al mercado, yo iba recogiendo, aplastando y metiéndolas en mi bolsa. No me importaba el qué dirán, sino el qué haría con ese "pre-tesoro".
Varias veces los recogelatas de oficio me decían que ese era su territorio. Otras veces compartíamos o simplemente yo se las dejaba porque sabía que estaban más necesitados que yo.
Muchos de ellos con su esposa e hijos en un carrito empujado por tracción de pedales o sangre.
Yo no quería ese futuro, pero ese era mi presente.
Jamás olvidaré mi primera venta, contada con aquello de que "60 latas son aproximadamente un kilo", donde había que distinguir entre las de aluminio que me servían y las de latón que no.
Era 22 de diciembre. Gané por la venta de las latas Bs. 720 (0,72 de los de ahora o quizás 720.000, no sé a la larga, por lo mucho que era).
Con ese dinero le compré unos zapatos para la casa a mi mamá, tela para 2 camisas (una para mi papá y otra para mi, ambas de la misma tela) y un pan de jamón.
¡Qué bonita Navidad fue! Se siente celestial no tanto el ganar dinero, sino darle su justo valor invirtiéndolo en la felicidad de quienes quieres.
Luego me ocupé de seguir recogiendo, hasta que el negocio se fue desmoronando ante la situación del país.
Pero varias cenas que nos salvó; no nos acostamos sin cenar y eso da fuerzas para seguir.
Y fue parte de mi deuda moral ante Dios, mis padres, mis seres queridos y conmigo por ser mal estudiante y un flojo...o una variación del flojo, ya que siempre busco ser responsable y no quedar mal ante la gente, sólo ante mí que hace menos daño.
La humildad está en hacer lo que se debe hacer, aunque sea muy sencillo. El trabajo hecho con las manos, sin aires de grandeza, es el que verdaderamente nos hace grandes. Eso ha labrado a personas que marcan a los países y la historia.
Cuando iba con mi mamá al mercado, yo iba recogiendo, aplastando y metiéndolas en mi bolsa. No me importaba el qué dirán, sino el qué haría con ese "pre-tesoro".
Varias veces los recogelatas de oficio me decían que ese era su territorio. Otras veces compartíamos o simplemente yo se las dejaba porque sabía que estaban más necesitados que yo.
Muchos de ellos con su esposa e hijos en un carrito empujado por tracción de pedales o sangre.
Yo no quería ese futuro, pero ese era mi presente.
Jamás olvidaré mi primera venta, contada con aquello de que "60 latas son aproximadamente un kilo", donde había que distinguir entre las de aluminio que me servían y las de latón que no.
Era 22 de diciembre. Gané por la venta de las latas Bs. 720 (0,72 de los de ahora o quizás 720.000, no sé a la larga, por lo mucho que era).
Con ese dinero le compré unos zapatos para la casa a mi mamá, tela para 2 camisas (una para mi papá y otra para mi, ambas de la misma tela) y un pan de jamón.
¡Qué bonita Navidad fue! Se siente celestial no tanto el ganar dinero, sino darle su justo valor invirtiéndolo en la felicidad de quienes quieres.
Luego me ocupé de seguir recogiendo, hasta que el negocio se fue desmoronando ante la situación del país.
Pero varias cenas que nos salvó; no nos acostamos sin cenar y eso da fuerzas para seguir.
Y fue parte de mi deuda moral ante Dios, mis padres, mis seres queridos y conmigo por ser mal estudiante y un flojo...o una variación del flojo, ya que siempre busco ser responsable y no quedar mal ante la gente, sólo ante mí que hace menos daño.
La humildad está en hacer lo que se debe hacer, aunque sea muy sencillo. El trabajo hecho con las manos, sin aires de grandeza, es el que verdaderamente nos hace grandes. Eso ha labrado a personas que marcan a los países y la historia.
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