domingo

Carta al Señor Humor...



Te saludo a diario y tú a mí. Desde la primera sonrisa que me regaló mi madre, desde las risas que me dio mi padre cargándome y diciéndome cosas para que yo riera y olvidara los cólicos que de bebé tenía.

Cuando todo me sobresaltaba o asustaba, sí algo me enfurecía, tú te presentabas en el momento debido y la forma imprevista.

Y aún lo haces, cuando caigo, cuando más quiero llorar, cuando el mundo me da vueltas como aquel alcohólico que perdió la fe en sí mismo, en esos instantes donde no hay preguntas y por ende no hay respuestas, tan extraños que uno se detiene a sentir la brisa a ver sí te orienta. Esa brisa eres tú.

Cuando otros niños se ocupaban del béisbol, básquet, fútbol, yo me codeaba con los adultos y aprendía sus chistes, sus  expresiones, me reía hasta más no poder. Porque era la forma de no sentirme solo, ni relegado, ni débil. Me escapaba del aburrimiento, de estar rodeado de gente pero no de amigos; podía hacer reír a mi mamá y devolverle así algo de tanto que me ha dado.

Un reto con mi papá, quizá por códigos comunicacionales, quizá por no sentirse desplazado. Queriendo o no se hizo una barra para aumentar el nivel. Y cuando lo superé me dije que era mi vida ser de usted, señor Humor.

El humor es un idioma tan universal que hasta los bebés lo entienden. Tan difícil de hacer y tan fácil de amar. Como todo en la vida, se falla, a veces se cae en lugares comunes, otras veces se dice lo debido y es incomprendido. El humor es un sentimiento y sentido a la vez, un arte y una ciencia, un ser y un estar, una lágrima y un despertar.

Ver el humor en las cosas cotidianas es tarea que no todos aprecian. Entendiendo humor como el expeler del alma y sentidos en la forma de comunicación que nos guste. Es eso que está en una sonrisa no malsana o en la risa que puede hacernos comprimir un riñón.

Cuando me he venido en llanto mientras camino, cuando me acuesto, cuando estoy triste o algo me enternece o descose el alma, sólo tú en el momento debido me reparas.

Eres ese otro ángel que se me asignó y me usa como su corneta y marioneta. Sólo de ti me dejo, porque cuando la gente ríe o sonríe, Dios me extiende un poco más la vida.

Sólo puedo honrar a quienes partieron de éste mundo, con risas y sus alegrías en momentos y enseñanzas. Por igual a quienes tomaron caminos que se alejan del mío, porque sí hiciera lo contrario, tú saldrías de mí, y sin humor la vida no trasciende.

Cada año de mi vida ha sido tuyo. Desde aquel día hermoso y polémico cuando dije a mis familiares “yo lo que quiero es hacer reír a la gente”, día en que la decepción les nació y yo tuve que matarla de risa, desde ese día mi vida se hilvanó a la tuya.

Que es mi personalidad, que es mi estilo, que estoy signado. Me lo dijeron los jurados de mis tesis, me lo dijeron en cursos, me lo dicen amigos, me lo digo a veces para convencerme. Eres tú en realidad humor, el que es, en mí.

No me toman en serio en la mayoría de las veces y más cuando les digo la verdad, soy un Cyrano de Bergerac por músico, porta y loco, soy el imprudente, el humano de más errores y aciertos, soy con el que ninguna llegaría a ningún lado, porque se hizo un hippie del humor.

Sarcasmo e ironía me bordean; formas atípicas de decir las cosas y la cara de cañón. Eso es lo que usted, señor humor me enseñó. A través de mi maestro aprendí a que nada copiado es bueno, que debía ser yo aun representando a otros.

No lo sé todo de usted, señor humor. En 39 años juntos nos seguimos conociendo y me faltarían más vidas para llegarle a los pies. Sólo me esfuerzo para honrarlo.

Dios nos asigna tareas en vida. A mí me dio un cariño y amor y es el humor. De esa forma crezco y me recupero, aunque a veces sea odioso, grosero y contrastante, usted es el que me devuelve al sendero del bien.

Me dio el título honorario de humorista e inmerecidamente lo uso. De imitador y creativo también. Así me hizo usted y le pido la bendición.

Un señor muy anciano una vez me pidió ayuda para cruzar la calle. Con su paltó y pantalones de caqui, muy aseado y su sombrero de ala ancha, barba blanca y pasos lentos. Al llegar a la acera me regaló una gran sonrisa. El humor bueno me lo dio él.

Así se debe sentir hablar con Dios y con su gracia divina.

Señor humor, no me voy a extender más. Le pido la renovación de nuestros lazos, que hasta los momentos más cruentos de la vida los pueda subsanar con humor del bueno, no del indolente e indiferente, sino el que use los colores que me enseñó, en adecuado momento.

Estoy llorando mientras le escribo, de esas lágrimas que me recuerdan que no estamos llenos de amargura o que al menos eso amargo no sale por los ojos ni por la boca.

Señor humor, no me abandone, que aún necesito aportar más desde mi lar a quien pueda mi humor interesar.

Humor y Paz, Argenis Serrano.

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