Marqué
tu número telefónico, no sé cuántas veces, no sé cuántas no. Y eran números erróneos
porque no lo sé, sólo tengo el ímpetu abrasador que ha estado incinerando mis
sentidos. El querer escribirte, el poder verte, el sentirte.
Y
no he podido verte ni vestida, ni desnuda; ni hablando, ni callada, ni molesta
ni serena; ni laborando ni relajada; menos te he podido ver en el infinito de
tus ojos y en poder de tus palabras cuando tus cosas me cuentas.
Lo
intento y sigo sin poder verte. Busco entre miles de caras desconocidas a ver
sí la fortuna o el destino nos entrelazan y cruzan y nada, no apareces, no
puedo verte.
Y
es cuando me siento, no derrotado ni resignado, pero sí reconociendo con pesar,
que tu ausencia en mi vida es porque no sé quién eres, no nos hemos visto, no
existes, no eres etérea ni tangible, no sé sí existes o no sé sí estás, pero no
estás signada a mí. No te conozco y eso que te busqué, te llamé, te oré, te
esperé, te luché.
No
he podido verte y parece que ya no será así. No, no me di por vencido, me di
por convencido que es el momento de ver hacia otro horizonte bordeado por el
lago del destino, donde si pueda verte, reflejo mío, el que tanto abandoné
esperando por quien quizá ya tiene –y espero sea así- un destino mejor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario