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Miriam González: Superando la "discapacidad" 3: La Silla de Ruedas

Tenía poco más de 16 años y de repente noté que me sentía aplomada, me dolía la cabeza, las piernas y la espalda. Me ponía a estudiar y me mareaba enseguida, hasta acabar en el baño. Al principio creí que era algo que estaba ingiriendo y me sentaba mal, y luego pensé que el dolor de espalda y piernas se debían a malos ejercicios en mi tabla de gimnasia, y tenía una lesión.

El tema fue a más.

En cuestión de un par de meses se me desvió tanto la columna que llegó a oprimirme los pulmones, y me ahogaba literalmente al caminar tan sólo 50 metros. El traumatólogo estaba tan preocupado que decidió fijarme 12 vértebras para así eliminar la opresión. Antes de la operación, tanto mi tío como mi padre me dijeron que me olvidara de la moto, que recordara mi vida anterior con cariño y, sobre todo, que tuviera siempre presente las anécdotas divertidas.

Yo oía, no escuchaba, no hablaba con nadie y siempre tenía la mirada perdida. Me operaron, pasé mes y pico en el hospital. La operación salió bien. Pasé meses rígida sin apenas poder moverme, hasta que me las ingenié para hacer los movimientos básicos.

Mientras estaba en el hospital los demás síntomas que subrayé antes seguían ahí, sin mejoría.  Entonces hicieron lo peor al no tener diagnóstico: tratar como si fuese una meningitis. Al principio bien, parecía que estaba mejorando, pero a las dos semanas empeoré con fiebre muy alta, inmovilidad de extremidades inferiores y manos y brazos que parecía que sufría de Párkinson. Tardaron tres meses en diagnosticarme mi enfermedad: Ataxia de Friedrich, enfermedad “rara” congénita y que, a modo de guinda del pastel, era degenerativa.

Me pusieron el tratamiento adecuado y logré controlar, pero las extremidades inferiores no respondían. La parálisis se hizo crónica y la pesadilla de la silla de ruedas se volvió realidad.

Era seria, pero tanta caída anímica en menos de un año no me hizo caer en ninguna depresión, sino en desconfianza hacia todos, timidez y me encerré en casa.



Estaba en 4º de ESO, el curso lo tenía perdido pero, gracias a mi gusto por el estudio, entre Junio y Septiembre logré aprobar. Recuerdo que me contaron mis padres y todos mis profesores  estaban reunidos para felicitarme, pero yo no quise ir. Fueron mis padres y me matricularon en el bachillerato que siempre había querido, ciencias de la tecnología.
(Texto original sin correcciones, por respeto a la espontaneidad de su autora)

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