Y el monstruo resultó ser…
“Todo buen final tuvo un buen comienzo”, dijo William
Shakespeare. Más él nunca escribió sobre terror. Y menos el ver a mis miedos
materializarse ante nuestros ojos.
Ni Edgar Allan Poe en su sombría poesía pudo encontrar lo lúgubre de una
persona que creía saber sus males y nunca estuvo ni cerca hasta que el amor
casi que tocó sus puertas. Todo lo que comenzó con un gusto mutuo, un número
telefónico que se me solicitó para algo y terminó siendo la excusa idónea para
aquellos pininos de conocerse.
Citas a comer dulce; empanadas que iban y venían. Tajadas con queso;
comida navideña, otros postres y chicha en el lugar de trabajo. Dos adultos
portándose como los niños que en su ser siguen jugando al mundo ideal.
Pero la dulzura que ella esperaba no era la que el podía ofrecerle.
Siendo tan mimosa con las mascotas, atenta con los ancianos, educada con sus
contemporáneos, abnegada con sus familiares.
Sonriendo siempre pese al mundo. Y llegó un ser al que nadie le veía la
sonrisa ni los ojos y menos el alma y corazón. Y ella le manifestó su gusto
pese a estar terminando una relación que era delito por ser indiferente, porque
sépase que la indiferencia es un delito cuando hay alguien que respeta y ama de
verdad.
Siendo así, ella se adentraba en un auto conflicto con su estima, con el
que su personalidad no trascendía. Todo lo que una persona noble jamás ve de sí
misma; pero era lo contrario, querida y respetada, admirada y piropeada;
persona de neta confianza y humildad. Pero el amor le dolía como duele aquello
que tanta falta hace.
No vengamos con aquello del amor propio es primero porque si bien es
cierto, ese mismo amor quiere fusionarse y esparcirse, sentirse y abrazarse,
luchar y verse protegido. El amor quiere simbiosis, crecimiento e ilusión.
Y entre ese amor faltante el de un hijo tampoco estuvo por causas
naturales. Pero se sobrepuso a ello porque su madurez estaba en perfecto
balance con su niña interior. Más en él, no.
Él manifestó más de una vez querer un hijo; ella dolida de no pódeselo
dar. Le dijo que él debía aprender a vivir con lo que no tiene y sumar algo
más. Él no lo supo aceptar. Allí comenzó el resquebrajamiento.
Ella le decía apodo de cariño y él, seco, directo y explícito le manifestó
sin mal, pero en letras de WhatsApp que por frías se clavan cuán carámbanos en
el alma, “no me digas así, di mi nombre, es muy molesto no poder oírlo ni
leerlo de ti”. Su reacción no se hizo esperar, ella calló y trató de evitar
la conversación, se disculpó y ausentó. Él quiso remediar, pero en una frase
destiló todo su amargor.
Pasaron los días hasta que aquel día 31 de octubre se presentó vía SMS
la frase letal, “tenemos que hablar”, la que siempre él criticó a los
demás porque es la saeta que desangra un amor que debió cuidarse. Más,
lo que ya venía dándose, pues darse debía.
En una pequeña oficina, algo oscura y derruida, como emulando el cuento
de terror que a su final se avecinaba, una especie de Drácula que chupó su
tiempo estaba oyendo; un Frankenstein sin cerebro ni corazón se sentía
amenazado por el fuego de la verdad; un licántropo Hombre Lobo veía que el sol
no aparecía y se quedaba en su estado salvaje; una Momia se venía a pedazos
viendo como el tesoro se le iba de las manos; un Hombre Invisible que nunca
debió querer dar la cara ante el amor, se encontraba esperando ser develado.
Al monstruo había que matarlo por sus culpas y aberración. La estaca al
corazón fue certera y muy necesaria: “Contigo no hay futuro”,
dijo ella tajante y con eso derribó al monstruo que vivía una realidad
ficticia. “Nunca me dijiste nada, sólo temías porque nada tienes para
ofrecer y yo sólo amor de ti esperaba”.
Creo que eso último falló, porque la mejor forma de verla feliz, era alejarla
de la bestia que en é habitaba. Esa que se estacionó en la nada y que
comprendió a la brava lo que ya sabía y que en un intento por hacer las cosas
distintas en compañía de un ser de luz, lo que hizo fue ponerla en contra de la
presión de un asfixiante aire viciado de temores, flojera e improductividad.
No era su intención dejarla, mucho menos dañarla. Ella dijo que jamás se
sintió irrespetada y dañada, pero simplemente que no era lo que parecía, porque
por mucho que sienta y piense, el temor a fallar y dañar a otros es el peor
enemigo de él y contra eso ninguna otra persona puede hacer algo, sólo él.
Sólo recuerda que unas cajas de cigarrillos pagaron el fortísimo ademán
de la frustración de haber perdido a quien por primera vez y nadie sabe si única,
manifestó interés en él. Para mayor monstruosidad, el asunto por ser tan obvio,
fue opacado por una banalidad como lo fue la falla de Internet y WiFi en
casa, que no le permitía expresar lo que sentía. Y que hasta ahora hace porque
es un Jinete sin cabeza que debe andar por allí penando, más en forma real que
en ficción.
Una promesa surgió y fue no intentarlo más, buscando sosegar a su
espíritu con el compromiso de no quitarle su tiempo a nadie más. Con todo lo
que ello conlleva, en especial teniendo como castigo el no ser padre, como con
ella hubiere sido, pero sin el bonito destino sin terror que con ella…hubiere
sido.
He dicho antes que el hubiera no existe, pero ojalá no hubiera yo
quitado su tiempo ni afectado su sonrisa por un simple apodo amoroso, por un
anhelo (hija) al que ni sé si soy digno, por algo que yo ya sabía, que el amor
con hambre no dura, porque sólo Condorito y Los Tres Chiflados buscan pareja
sin temor alguno, debido a que son de ficción, como lo es…
…el amor en mi caso.
PREFACIO
Pasado el tiempo, un intento que callé a otros y que fue de los dos,
sale a la luz. Misma que eres tú y que espero ya hayas solventado con alguien
que sí valga la pena, nada que ver con tu ex y menos conmigo que ni idea de
cómo podrías definirme, salvo error del sistema.
Dijiste que no lo intentarías más y te dije que sólo no debías ver un
presente sino un futuro, tal cual lo viste –algo tarde- conmigo. De esa manera
encontrarás quien te acompañará con la vida y tú le pagarás con esa nobleza,
responsabilidad y enorme sonrisa.
Quizá así me entere y desde la pútrida cárcel que es mi mente pueda yo
sobrellevar esta condena eterna con más calma, sabiendo que estás en donde
querías y merecía estar: en el amor real y sincero, viviendo en la Gloria
terrenal y celestial.
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