Cuando
pienso en tu nombre, evoco un eco de maderas antiguas y resinas que flotan en
el aire, una marea serena que se retira dejando destellos de plata en la arena.
De
pronto, surgen pasillos de mármol iluminados por una luz pálida, seguidos de un
murmullo de agua dulce que se pierde entre helechos.
Siento
el peso reconfortante de la tierra húmeda tras la lluvia y, finalmente, el
matiz profundo de un pétalo de terciopelo que se oscurece al caer la tarde.
Evoco
la inmensidad de un horizonte donde el cielo toca el salitre, un viento cálido
que atraviesa dunas de arena dorada y una fibra de seda que se enreda con
suavidad en los dedos.
Aparece
entonces una claridad que parece nacer del mismo sol, un puente de piedra
cubierto de musgo y el silencio sagrado que se respira dentro de una gruta
donde el tiempo se detiene.
Pienso
en una claridad que sube por los valles como la primera luz del día, el orden
perfecto de un jardín que ha crecido bajo la mirada del norte y una chispa
eléctrica que atraviesa el cristal.
Siento
una calidez que abraza como una manta de lana pura, el vuelo de una pluma
blanca en un espacio vacío y una presencia etérea que parece vigilar el sueño
de los demás.
Se
me viene a la mente el crujir de las hojas bajo un paso firme, la fragancia de
un capullo de flor que se abre justo antes del amanecer y una nota de piano que
queda suspendida en una habitación cerrada.
Luego,
el frío seco de una llanura blanca que brilla bajo las estrellas, el ritmo
constante de un telar que teje historias invisibles y el aroma a especias que
viaja en un barco de madera.
Evoco
un círculo perfecto trazado en el agua, el brillo del primer astro que se asoma
en el crepúsculo y una raíz que se aferra con fuerza a la roca viva. Hay una
elegancia discreta, como un encaje antiguo guardado en un baúl, junto a la
sencillez de un tallo verde que busca el sol y la fuerza de una corriente que
fluye con determinación hacia el centro de la tierra.
Finalmente,
aunque sea algo divinamente cíclico y expansivo, evoco la armonía de una
estructura que no necesita adornos para ser bella, el refugio de una sombra
fresca en medio del mediodía y la mirada de quien posee un secreto guardado por
siglos.
Siento
la sofisticación de una tela que fluye con el movimiento, un escenario que se
ilumina con una luz dorada y el eco de una voz que resuena en un valle lejano,
despidiendo el día.
Por
esto y más, no dejo de pensarte bonito, por el bien que me haces, por lo que
siento por ti, por respeto máximo a tu estampa y porque soy así.
De allí
que mi evocación diaria es a tu existencia y que quizás escuchas en el susurrar
del viento, haciendo una invocación de que algún día me pienses y quieras como
yo, te quiero.

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