Te conocí por casualidad
en el café de la esquina, mirando una vitrina o al tomar mi habitualidad.
Rompió toda adversidad tu presencia tan serena; olvidé toda condena que mi
pasado traía. Mi alma al verte sonreía, fue una sorpresa tan buena.
Te traté por educación
al chocar contra tu mano, confundiendo en un verano el impulso y la razón. Pero
nació una emoción al ver tus ojos tan claros; tuvieron efectos caros las
palabras de ese encuentro, abriendo un lugar adentro que había pasado por
faros.
Te entendí por afinidad
al oír tu pensamiento, rompiendo todo el lamento que ahogaba mi realidad. Tu
dulce sinceridad me mostró caminos nuevos, disipando todos los ciegos que
guardaba en el sentir. Aprendí a compartir sin reservas ni relevos.
Te admiré por tu decisión
de luchar por tus anhelos, rompiendo todos los velos que impone la sinrazón.
Aquella conversación pintó un futuro brillante, sabiéndote caminante de la ruta
que yo sigo. Hoy me quedo aquí contigo, sintiendo un amor pujante.
Te ganaste mi corazón sin querer, sin pedir nada, con la forma bien lograda de encontrar mi dirección. Ya no queda confusión, pues me llenaste de calma, tu amor curó toda alarma que habitaba en mi interior. Hoy te entrego mi candor, mi vida, mi cuerpo y alma.

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