Dos cisnes muy humildes, en su belleza interna y en su fuerza externa
sustentaban sus días sin aún conocerse, en una época perdida en el tiempo, sin
un número humano.
Un día, uno de ellos percibió que una hembra de su especie se
mostraba plácidamente en un lago, viendo al horizonte, meditando mientras la
brisa la hacía navegar.
Él, quiso mostrarle que aunque su plumaje no era tan vistoso
como el de ella, lo que le había hecho sentir era nuevo, maravilloso, que le
había revitalizado y sacado de la rutina del día a día.
Se acercó a ella; ella no huyó, sino que le vio fijamente y le
terminó de atrapar con su mirada, su sonrisa y la estabilidad de sus palabras.
Él, por su parte, le mostró la alegría del mundo, estando a su
lado, protegiéndole, haciendo lo que de su lado estaba, sin dudar y sin ser su
esclavo.
Una historia de amor entre los dos cisnes despertó; una que los
demás animales comenzaron a ver con ojos de admiración, dudas, algunas envidias
pero sobre todo, aprendizaje.
No eran el uno para el otro, sino uno la compañía ideal; caían y
se levantaban; volaban y jugaban entre nubes.
Los dos cisnes construyeron un nido de la nada, piedra a piedra,
rama a rama, hoja a hoja. Y la laboriosidad de ambos les reconfortaba en el día
y hacía más deliciosas sus noches.
Era el amor perfecto, que no se obligaban y sí se respetaban;
que vivían su vida día a día a plenitud y de la misma forma, entre ambos se la
comentaban.
Creían en lo maravilloso del mundo, ese que veían desde lo alto
y aquel que se inventaban entre ambos.
Sus cantos comenzaron a ser más felices, porque su armonía era
tal, que sabían estar al ritmo de la vida, de cada uno, en sus alzas y en sus
bajas. Eran los dos cisnes, música en movimiento, entonaban perfectamente las
melodías que escribían sus corazones.
Pero, no todo puede ser tan maravilloso…
El mundo de los dos cisnes estaba por cambiar. Ventiscas, fuego,
terremotos, comenzaron a atacar.
En una escena de amor, dolor y llanto, ambos sus alas
entrelazaron, acurrucados esperando su destino final.
No sin antes volver a encontrar la calma que ella daba en su
mirada y él en su forma de hacerle sus días alegrar.
El fuego de la nada llegó y a sus cuerpos polvo hizo, quedando
el mismo en errático vuelo, por ese tiempo que los humanos llamamos siglos.
Más el amor eterno siempre se vuelve a encontrar. Y sus esencias
así lo hicieron, al pie del lago, donde el amor comenzó a brillar.
Cayeron sus cenizas en el suelo, haciendo una nueva fusión
vegetal, en árbol se convirtieron, frondoso, grande y el más hermoso del lugar.
Más, como siempre el hombre, fiel a su necesidad, llegado un día
sin saberlo, en él su vista se antojó posar.
Lo derribó y llevó a su taller, sin pensarlo comenzó a cortar;
con sus manos de ebanista, al tronco comenzó a formar.
Más de pronto, sorprendido, por no ser lo que quería lograr, de
aquella noble madera, algo comenzó a resaltar.
Era el corazón del árbol, toda su esencia vital, los dos cisnes
que amorosos, estaban en pose especial.
Uno al frente del otro, con las miradas encontrar, con sus picos
en pos de beso, con un candor sin igual.
Hoy por ambas figuras, son de nuevo de admirar; porque son amor
eterno, ese que existe en verdad.
Acompañando los sueños, los deseos o el llorar; dos cisnes que
son muestra, que el amor cuando es verdad.
Aguanta al fuego y al viento, temblores o tempestad; se acompaña
en noble vuelo, es luz en la oscuridad, es espacio y compañía, es balance y
humildad.
Sí dos cisnes tú te encuentras, seguro percibirás, que en su
canto y chapoteo, hay calma, nobleza y paz.
Para ellos es posible, por saber armonizar; ¿Qué te aleja, ser
pensante, de su ejemplo el emular?
Tenlo presente y no dudes, que sí dos cisnes están, es señal de
que alguien noble, muy cercano h de estar.
La belleza verdadera, es aquella que sin dudar, ve las almas,
percepciones, las acciones y el actuar.
Y no pone condiciones, ni al mundo oye su mal, sólo es como dos
cisnes, ve lo hermoso, que es el cielo, lado a lado, al surcar.
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