Déjame que te cuente, papá, todo lo que ha ocurrido desde que te
llamaron al cielo, donde de seguro ya estás.
Ese día cuando te nos fuiste, nos ayudaron personas de profesión y
oficio muy atentas, traídas a la realidad humana y que están a la altura del
lugar donde están, algo que debería ser normal pero no lo es tanto. Hasta que
tu cuerpo terrenal salió del recinto, te trataron con dignidad y a nosotros con
apoyo logístico.
Amigos y familia se apersonaron de a poco desde el Cardiológico de
Maracay donde falleciste y luego a nuestra casa, con un pesar verdadero, propio
del adiós de un hombre bueno.
Nos agobió tanto el qué hacer, que llorar no podíamos porque nos
desarmábamos, lo compungido iba por dentro con la clara pregunta, ¿Y ahora qué,
si Oscar no está?
La frialdad de tener que hacer un trámite de horas para poder legalizar
ante los entes que tu cuerpo físico ya no está, es cruel y no por el trámite,
sino por lo engorroso y además el cómo escarba en tu historia, la que ya no
cuentas, sino nosotros, tu posteridad.
Tu velorio fue sereno y bien acompañado de familiares, se quedaron los
aguerridos y se fueron los lejanos. El anecdotario sobre ti era más que lógico,
ya que tus salidas graciosas, impredecibles, dichas con una innata seriedad,
siempre marcaban.
Las amistades y conocidos tuyos, compungidos quedaron. Las amistades de
Nancy y mías, sus hombros y manos nos prestaron. Fortaleza para no sentir
soledad.
El día de tu adiós, un rosario rezado por Nancy –que tú sabías lo haría
y de nadie más lo esperarías ni querrías-, sonó con el dolor, resignación y pundonor. A mí,
sólo me nació la idea del “Únicamente
Tú” o lo poco que me sé de la pieza. Aunque siempre dijiste que el canto en los
velorios no pega, tu canción favorita debería honrar tus exequias.
Despedir tu cuerpo que fue a un horno a ser cenizas que celosamente
guardamos como muestra tangible pero intocable, de tu existencia. Fotos,
momentos, recuerdos y el sonido de tu voz siempre nos llegan.
Sabemos que te costó despedirte, así que esa noche de tu adiós y por
tres días, bebiste tu rutinario vaso con agua que cada noche tenías en la
peinadora. Un brindis sano, para un adiós momentáneo.
Déjame contarte, papa, que…
Amigos y conocidos han llorado tu adiós, porque realmente les dolió.
Quienes no pudieron estar o quienes tarde se enteraron, manifestaron
condolencias tan sinceras que si uno no está consciente de que estás
descansando de tus dolores y tribulaciones que tanto callabas y disimulabas con
achaques momentáneos, te juro que nos ahogaríamos en un incesante llanto.
Llorarte ha sido difícil, papá, porque el llorar para ti era un ratico.
Lloraste mucho a tu hermano Luchi y te agobiabas porque él se cuidaba más que
tú; al menos con eso fingías, porque la realidad es que lo llorabas porque
mucho le querías.
Si recuerdo que no compungimos cuando murió nuestro morrocoy mascota
“Centella”, en tiempos donde la muerte estaba ronda que ronda. Y tú sólo
seguías, callando el dolor y transitando la vida.
Me he tragado cientos momentos ya de llanto; quiero, pero siendo que te
ofendo. Porque de ti sólo chistes, "cascarrabiadas" y cuentos
extraños pero incidentes, recuerdo.
Las luchas de pulso, ideológicas, cómo regañabas mi soltería no deseada;
la seriedad con la que soltabas una ironía que la risa a juro nos sacabas.
Y el cómo amaste a mi madre por encima de todas las cosas. Como me
querías a mí y lo revelabas sin palabras para que yo no me envaneciera ni me
saliera del foco. Cuando entendiste quién soy y lo que he logrado, muy bien me
lo manifestaste.
Si te contara que ahora te he soñado más que cuando estabas vivo. Mucho
me alegra porque es la forma de seguir contactándonos, además de los consejos y
las ripostas tan extrañas y únicas para comunicarnos incluso en lo que no
congeniábamos.
Nancy, ella es una roca, que se ablanda al recordarte en tus ingeniosas
salidas dicharacheras casi para toda ocasión. Eso sí, como cualquier humano
drena el dolor de alguna forma, lo hace cocinado y fregando incluso lo que está
limpio. Ella cree que no me he dado cuenta, pero es así.
Al principio nos costaba comer, el dolor y los brotes de adrenalina se
entremezclaron. Hacer tantas diligencias propias de tu fallecimiento también
ocupan a la mente que sigue difusa.
¿El negocio?, déjame que te cuente, papá. Tuve que vulnerar tu filosofía
de trabajo y vender lo posible, fuera como nuevo o como chatarra y ahora,
comienza la lucha por vender ese negocio que por 30 años fue tu remanso.
Me sigo diciendo que esa tarea no era mía. Hay quien me dice que sí, que
es mi herencia, pero ¿Qué es el dinero ante la calidad de vida y gozar de ambos
como siempre desee para ti y –aunque me digan que no lo hice-, esa calidad de
vida no te la pude obsequiar?
Hay cosas que me reprocho, pero no me culpo. La muerte no fue de mis
manos y menos de mi corazón. Fue el destino ya escrito. Lo que sí me va a
seguir agobiando es no haberte podido más de lo que di; mi madre dice que di lo
mejor de mí y mucho, que cumplí mis deberes de hijo. Pero sigo pensando que es
poco.
¿Sabías que desde el primer día la gente me ha repetido la frase, “ahora
debes cuidar a tu mamá”?; y aunque cumplo mis obligaciones y estoy pendiente,
¿Es ella la que me cuida a mí!
Además, tu paso a la eternidad no ha sido solo. Vecinos y amigos han
dado su salto al cielo por igual y han sido sumas dolorosas a nuestros
mancillados corazones.
Siempre supiste que, como las pienso, las digo. Y no he dejado de
reprocharle a la Muerte, su asqueroso formato de trabajo, no por la finalidad
–a eso vinimos-, sino por la forma y a quienes. Se ha llevado a un montón de
gente buena que no hace daño ni miente ni intimida o demás males, pero a los
malos les deja para que sigan haciendo daño.
Sabemos que su fin en el infierno será eterno, pero, ¿Por qué no
adelantarlo?, sólo se lleva a los buenos y deja a sus buenos familiares
adoloridos y con menos ánimo y sombras en la mente, pero a los malos les suma
los goces. Ese desbalance del mundo me ha tenido molesto desde que te fuiste,
aunque ya desde hace años lo venía yo diciendo.
Papá, Oscar, padre. Decirte que me haces falta es obvio, que te adoro es
evidente, pero me consuelo sabiendo que estás descansando de las tribulaciones
y males que el cuerpo tiene.
Si tuviera un deseo, no pediría revivirte porque contra Dios no voy a
obrar, pero sí haría las cosas mejor a los que el entrenamiento mental me
permitió hacer aquel día fatal.
Me he ocupado de legar ese conocimiento de actuar en caliente pensando
en frío y ahogar al llanto antes de que él nos ahogue. Porque a nadie de bien
le puedo desear esto. Y mira que ha sucedido entre tuis amigos en el cielo.
Hablando de amigos, dejo aquí en lugar especial el nombrar a tu amigo
Ovidio. Le dolió tu partida y el cómo, pero sé que tú también le estás cuidando
desde donde estás. Por algo ha sido el único amigo al que has llamado
“hermano”. Igualmente te ha honrado el señor Barrios, pese a que su salud
también se ha deteriorado.
Así van las cosas buenas y dignas de contar, Oscar. Aquí, aguantando
infructuosamente las lágrimas te he contado de manera irregular a este tiempo
que tampoco ha sido regular.
Hemos hecho cambios en la casa y toca mejorarla. Siento que de esas
cosas deberías estar disfrutando porque han cambiado el actuar. Pero el sentir
sigue intacto, ese que compartíamos en todo momento.
No estamos viviendo sin ti, estamos viviendo con el honor de que en el acierto
y el error, fuiste siempre bueno, honesto, pícaro, compañero. En lo crítico,
igual consecuentemente te portabas, porque hacer el bien no era una pose, sino
una forma de existir.
Hasta la próxima carta, Oscar Martín Garnica, cuando vuelva a tener fuerzas para no quebrarme
en llanto por tu adiós al infinito, mientras uso como muletas para mi ánimo
todo ese amor y solidaridad que nos diste a tu “negrita” (Nancy) y a tu “guachamarón”
(yo).
Bendición…
No hay comentarios:
Publicar un comentario