lunes

En Aquel Tiempo...

en aquel tiempo

Escucharte y ser escuchado me brindaba esa paz y dignidad que se busca en la épica de la vida; fuente de energía y recogimiento.

Tu voz fuerte, clara, directa pero siempre serena, acompañada de una mirada directa y una sonrisa amena, capaz de quitar las dudas y apaciguar las furias.

Tan humana y en ocasiones, trémula, siendo una niña incluso ya consolidada como una gran mujer. En aquel tiempo yo no lo entendía, pero luego supe que lo que vía, era la redención de mí existencia.

En ti había aprendizaje, ternura, decisión, y siempre unas ganas de encender la chispa que incluso llegaste a ver apagada. Y al hacerlo, la ignición también encendió la mía.

Nunca te dio temor dar el primer y segundo paso. Sabías siempre que hacer y eras recatada al momento de decir las cosas, una ecuanimidad que me inspiraba confianza a más no poder.

En aquel tiempo me sorprendía tu desparpajo sin que fuese falto de pudor. Era solamente la forma de cumplir con lo que deseabas, sin daño para ti ni para nadie, fiel reflejo de aquello sobre “vive y deja vivir”.

Una mirada pícara y que decía tantas cosas buenas, en aquel tiempo yo suspiraba complacido de saber que me mirabas y de ello están pincelados los murales de mis mejores recuerdos.

Cuando expresabas tu sentir y querías controlar todo, no para dominar, sino para evitar la anarquía y dar buen marco a la espontaneidad, me sonreía por dentro, ya que había encontrado en ti un alma gemela, alguien en la misma sintonía.

En la intimidad del ser y el estar, jamás fracturaste tu misma esencia y eso siempre fue el sello irrompible del respeto que te sigo teniendo como en aquel entonces.

Como una humana -no cualquiera-, te molestabas y defendías tu posición cuán fiera, pero solamente  si la razón y los argumentos válidos te asistían. Cualquier error lo reconocías y en tu molestia, cabal te mantenías y a la contraparte jamás herías.

Noté miedos e inseguridades y de igual manera surgías porque sabías que esa también es una motivación y energía que sólo quienes sacan fuerza de la flaqueza, logran sobreponerse.

En aquel tiempo no entendía por qué en ocasiones dejabas la mirada en lontananza, el oído en los susurros y la mente como tu caparazón. Luego comprendí que tus tristezas y problemas eran tuyos y dentro de ti ejercías la más hidalguía de las batallas.

Enfrentaste la ignominia de un amor que dijo serlo todo y sólo fue una llegada y un adiós; que pasó de alguien maravilloso a una etapa que tiene mil velos de la tela más fuerte y oscura para jamás volverlos a exhibir y seguir sin mancha ni falsa esperanza, tu valioso transitar.

Formarte, leer, compartir, ser y estar, para los tuyos y para ti, es tu resiliencia, la sinergia que muchos buscan y no saben transmutar, pero lo lograste y sigue siendo tu marca permanente de una persona que no se dejó amilanar.

Veías al mundo en su dualidad y sacabas entre lo mejor y lo peor, el aprendizaje que te enseñaba a saber dónde y cómo pisar; para que tus huellas siempre fuesen dignas de seguir y no para perderse en un camino minado.

Sabías ver los problemas y conflictos propios y ajenos y acompañarlos de soluciones o reconciliaciones, pausas o taimas para enfrentarlos en caliente con la mente en frío. Al día de hoy, sigo emulando tan bello y equilibrado ejemplo de aprendizaje.

En aquel tiempo me fascinaba contigo y me preguntaba sí era amor, admiración o estar embelesado y alegre de compartir con alguien tan completa como tú en todo sentido.

Al día de hoy, sigo pensando que era eso y más. Deseando aunque no te lo diga, que volvamos a vivir en aquel tiempo que era de los dos y nos hacía tanto bien.

Argenis Serrano 

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