Cada rincón del hogar recorrido de otra forma, más que casa, como compañía.
Los sonidos entran, pero los de dentro no pueden ser escuchados.
Hay puertas, pero no salidas ni entradas como otrora.
Están las ventanas y hasta sus cortinas asfixian por que no entra el aire libre que debía ser.
El techo y paredes son pantallas donde se reflejan las películas de vida, las tristes quieren prevalecer; las alegres son una muleta defensora de la cordura.
El calor de hogar lucha contra el frío de la rutina, del encierro, de las preguntas sin respuesta del porqué se está allí así.
La salud lucha por asirse a sus ramas: la rama de la salud física se aferra a la salud mental, la salud espiritual. De enfermarse alguna de resentimiento, todo estaría perdido.
Tecnología, 2.0, son calor de palabras, imágenes y pensamientos. Pero le hacen falta los abrazos, el caminar y compartir. Se agradecen y jamás serán pocos, más ameritan unirse y ser la alianza perfecta de esta vida de hoy.
La gente va y viene, el sentimiento queda.
Y los días son iguales a las noches, con el mismo escrito de esperanza y con las ganas de borrar los rayones a la vida.
Unir las manos con un frío acero, cubrir el cuerpo con un duro chaleco, estar con gente que le obliga a dónde y cómo caminar. Sólo la dignidad, fe y su propia alma y formación le sostienen para no decaer.
Sabe lo injusto, sabe qué pasó, sabe con quienes cuenta, sabe dónde está…y quiere saberse redimida justamente y que el tiempo mal pasado, sea por el amor y respeto pisado.
Así creo que es su vida ahora y se la respeto. Como dije, sólo son palabras a través de un medio y que se observan en una pantalla, pero es mi aporte a quien sin conocer en persona, me honra conocer en vida.
Para usted, jueza María Afiuni, presa política del gobierno de turno, uno de los muchos buenos ejemplos de la espada y la balanza de la justicia en Venezuela.
Dispense si digo poco o mucho...
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