31/12, he de sorber las uvas del tiempo, de un tiempo que se agota
y que se desvanece, como la memoria, como mis recuerdos recientes.
En el umbral
del nuevo año, cubro mi rostro con la máscara de la poesía, con el sabor de
mis escritos, pero en verdad desearía cubrirme con la túnica que envuelve su
cuerpo, tan blanco y tan presente, ese que sueño noche a noche y que
últimamente sólo he podido contemplar a ratos por el fragor de una lucha que
aspiro no sea estéril.
He blandido mi espada y mi pluma al lado de Don Quijote contra los
molinos de viento y me he hecho acompañar por muchos Sanchos Panza. Al igual
que la novela, he salido cuasi triunfante, pero maltrecho. Este año me juego la
última moneda en esa lucha de letras y confío en Dios salir avante...
31/12 y, mis queridos amigos, respetables amigas, he de comer las
uvas del tiempo y entristezco al pensar que ella no estará a mi lado en ese
glorioso momento, pero... ¡Miento! ¡Claro que ha de estar!
Porque ella me
acompaña a todas horas y allí, justo cuando levante el cristal ahíto de sangre
cristiana, miraré a mi lado y sentiré el fulgor de su presencia.
Porque su candor es suficiente para tenerla cerca, porque el olor
de su cuerpo, tallado en mi olfato, perfumará mi respiración cuando suene la
última campanada de este año que se muere. Los cohetes alumbrarán el nuevo año
y me darán la esperanza de tenerla por siempre a mi lado.
Sí, ella estará conmigo cuando cierre los ojos y sienta la caricia
de sus labios. Me han de ver reír, porque reiré para ella. Amada, este 31/12 he
de pronunciar tu nombre cuando brinde al año naciente.
Cuando coma cada uva, tu nombre irá impreso en la fina piel y la
pulpa de la fruta serán esos labios que morderé para sentir los besos que han
de llegar en el aire.
Este 31/12 y siempre has de ser flor de mis anhelos y pensaré que me
acompañas con los momentos gloriosos de mis sueños.
¡Salud amor! ¡Salud! ¡Que Dios bendiga al amor!
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