Irse del lugar donde naciste y te criaste duele un poco cuando es para otro pedazo noble de tu misma tierra. ¡Pero cómo duele cuando te vas a otras tierras desconocidas a probar suerte, con tu vida!
He visto en los años de esta década irse amigos de mi infancia. Pero sigue doliendo el saber que se van, porque fuera estarán mejor que en su país que va por mal camino.
A un amigo no se le debe llorar en vida, pero las lágrimas son una despedida noble y sentida a su cariño.
¡Ay de los padres que ven partir a sus hijos a ejercer lo que en su país aprendieron y no pueden!; que el dinero sea lejanía, hace comprender el porqué es es "el más vil de los metales"!
La inseguridad como motivo es también doloroso, pero queda ese extraño alivio que por fuera más seguros podrán estar.
El destino te lleva a las eventualidades de la vida en cualquier lugar, pero que a ese lugar llegues porque en tu tierra no tuviste el espacio ideal, lo hace el más cruel de los buenos destinos.
Desde que deciden irse el corazón se arruga; cuando se preparan, sonríes con dolor; cuando les despides entras en la negación; cuando se suben al avión mucha de tu alma y orgullo se van con ellos.
¡Qué dolor es para la patria que sus hijos deban crecer en otra!, como la madre que ve a sus hijos partir, como el padre que no consigue postura para decirles adiós, como el hermano que entiende y queda dolido en silencio. Y tras ese dolor, está la felicidad de que a ese ser querido le irá bien, porque se lo ganó con su esfuerzo.
Extraño a mis amigos y familiares que lejos están; los celebro cuando pueden de visita regresar; les siento cerca por el Facebook o al tuitear, más me entristece que su tierra ya nos ea su primer hogar.
Más la alegría que nos sosiega el alma es que estén haciendo una nueva vida con los valores de la familia y el sabor de su tierra; sin olvidar a su tierra natal, siendo lo que por derecho somos: hijo de Dios, ciudadanos universales.
Nunca les diré adiós amigos, siempre será un hasta luego...
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