martes

Sé que entenderás...


Mírame, sí crees en quien soy;
no dejes que el brillo de vida de tus ojos
abandonen en la oscuridad a mi corazón.
Perfora con tu mirada mis tribulaciones,
haz de esta sonata de un día más en que te pienso
la honra que mis sentidos se han ganado con su personalidad:
Y si acaso notas que el canto fluye insípido,
abónalo con el néctar de tu sonrisa franca
que el rocío de tus palabras formales,
unja cada espacio de mi alma
y sí ves una pizca de duda en mí
tómalo por favor tal cual, ya se le pasará ese traspiés;
pero no dejes que la llovizna del tedio
aleje nuestras vidas que se saben en armonía
porque lo sabes tú, lo sé yo
sólo la confianza y el valor construyen las primaveras del ser humano.

Obsérvame, retén en tus retinas cada gesto sencillo y sensato.
Haz que el calendario se confiese apresurado por ver otro día a tu existencia;
hasta que las páginas de los días no sean barreras para la formalidad del no sé qué y no sabes qué, pero que está.
Pues la tormenta de la incertidumbre y sus designios
saben de esta sensibilidad a flor de piel
Y quieren aprovecharse para hacer lo que no es lo debido, que no es más en este caso que alejarnos en lo afianzado y prohibir lo posible.

Quiero ser lo posible, lo factible, lo humanamente merecido, cuando el verbo de tu nombre y de tu esencia de mujer toma vida en un ápice del sol naciente, en la existencia cíclica del ser y estar.
No son las cuitas ni el divagar de un solitario, un bohemio o un desesperado; son por vez primera las solicitudes de un alma en calma, que encontró en otra la existencia adecuada, la pieza del rompecabezas.
Sería muy trillado hablar de sólo amor como de besos, caricias y deseo, cuando en este caso es el complemento de esas necesidades tácitas, etéreas, corpóreas y vivenciales que ensimismados tenemos, pero sabemos que deberían moverse acompasadas con otra alma, engranando perfectamente y funcionando en movimiento perpetuo, ese que la termodinámica jamás podrá copiar, el de la sincronía de las personas en su ser, estar, querer y actuar.

Lindo querube terrenal, ¡mi alma se calcina entre la lluvia! y la luz del sol no se compara a la belleza de tus ojos...

Detén en tu estoica mirada y en el corazón de la elegancia este canto de letra pesada y de intenciones de nubes; que el rubí de tus ojos plague el universo de mis horas que saben de la soledad de las campanas que son como ríos sedientos de unos besos...

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