Un corazón se agrieta con un adiós que no debió ser.
Un alma se agrieta al faltarle ese faro en el cual se recostaba a admirar al mundo maravillado.
Un estómago se agrieta cuando le golpean con la indiferencia.
Las rodillas tiemblan, duelen, caen y se agrietan, no sólo con el golpe físico, sino por resentir el peso del dolor de una situación inmerecida.
Una sonrisa se agrieta cuando los labios de la persona amada le mienten, le ignoran, le consiguen sólo defectos y jamás ven una virtud, no hay una palabra amable, no buscan que esa sonrisa tenga y dé vida.
Unas manos se agrietan de tanto esforzarse por hacer que de una pareja se haga una sola buena vida.
Las miradas se agrietan de un llanto, sea el que emanan o el que contienen, lagrimas amargas que no tienen razón de ser, a sabiendas que nadie debería llorar por otra persona y menos cuando ésta hace mal, es indiferente, es vacía, es todo lo que decía no ser.
Pero, ¿sí se sellan las grietas en las paredes, no vamos a sellar las nuestras?
Se sellan no respondiendo mal con mal, no poniendo más la otra mejilla porque ya la pusimos.
Se sellan las grietas reconociendo nuestros errores, buscando ayuda para inspeccionar nuestros actos, jamás creyendo que tenemos toda la razón, pero sí siempre asistidos por la verdad, por los hechos, por la correlación de eventos, por las evidencias.
Nos reconstruimos rompiendo moldes, haciendo cosas divertidas, alocadas, espontáneas, que nos saquen de la caja donde sin querer nos metimos, donde nuestros actos se transforman en una nueva capa de la arcilla divina con la que el creador nos dio vida.
Y nuestra convicción de que las cosas buenas vienen procurándolas y que la gente buena viene con ellas, nos reconstruiremos en el dolor y éste estará sepultado.
No habrá venganza sino justicia. No habrá reproches sino buena voluntad. No habrá despecho sino aprendizaje. No habrá cabida para el dolor sino para el amor, el propio, el que se le ofrece al entorno, a las cosas pequeñas, a la amistad.
No importa nuestra condición social, seamos albañiles, maestros de obra, ingenieros, constructores o amateurs en la reparación de nuestro corazón, sepultado sobre el edificio de nuestra felicidad los despojos de momentos que no debieron llegar para socavarnos, pero están allí para que sepan que aprendimos, mejoramos, crecimos y con nuestra buena, correcta e imponente actitud no arrogante, somos ahora sus enterradores.
No más grietas, no quedan huellas, nuestro corazón queda nuevecito, de paquete, de lujo, mejorado para la vida que ahora nos agarra totalmente repotenciados.
Argenis Serrano - @Romantistech
Un alma se agrieta al faltarle ese faro en el cual se recostaba a admirar al mundo maravillado.
Un estómago se agrieta cuando le golpean con la indiferencia.
Las rodillas tiemblan, duelen, caen y se agrietan, no sólo con el golpe físico, sino por resentir el peso del dolor de una situación inmerecida.
Una sonrisa se agrieta cuando los labios de la persona amada le mienten, le ignoran, le consiguen sólo defectos y jamás ven una virtud, no hay una palabra amable, no buscan que esa sonrisa tenga y dé vida.
Unas manos se agrietan de tanto esforzarse por hacer que de una pareja se haga una sola buena vida.
Las miradas se agrietan de un llanto, sea el que emanan o el que contienen, lagrimas amargas que no tienen razón de ser, a sabiendas que nadie debería llorar por otra persona y menos cuando ésta hace mal, es indiferente, es vacía, es todo lo que decía no ser.
Pero, ¿sí se sellan las grietas en las paredes, no vamos a sellar las nuestras?
¡CLARO QUE SÍ!
Se sellan no respondiendo mal con mal, no poniendo más la otra mejilla porque ya la pusimos.
Se sellan las grietas reconociendo nuestros errores, buscando ayuda para inspeccionar nuestros actos, jamás creyendo que tenemos toda la razón, pero sí siempre asistidos por la verdad, por los hechos, por la correlación de eventos, por las evidencias.
Nos reconstruimos rompiendo moldes, haciendo cosas divertidas, alocadas, espontáneas, que nos saquen de la caja donde sin querer nos metimos, donde nuestros actos se transforman en una nueva capa de la arcilla divina con la que el creador nos dio vida.
Y nuestra convicción de que las cosas buenas vienen procurándolas y que la gente buena viene con ellas, nos reconstruiremos en el dolor y éste estará sepultado.
No habrá venganza sino justicia. No habrá reproches sino buena voluntad. No habrá despecho sino aprendizaje. No habrá cabida para el dolor sino para el amor, el propio, el que se le ofrece al entorno, a las cosas pequeñas, a la amistad.
No importa nuestra condición social, seamos albañiles, maestros de obra, ingenieros, constructores o amateurs en la reparación de nuestro corazón, sepultado sobre el edificio de nuestra felicidad los despojos de momentos que no debieron llegar para socavarnos, pero están allí para que sepan que aprendimos, mejoramos, crecimos y con nuestra buena, correcta e imponente actitud no arrogante, somos ahora sus enterradores.
No más grietas, no quedan huellas, nuestro corazón queda nuevecito, de paquete, de lujo, mejorado para la vida que ahora nos agarra totalmente repotenciados.
Argenis Serrano - @Romantistech
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