Mi divorcio…
Llegó el momento de contar sobre mi divorcio. Cuando al fin pude
comprender por qué sucedió y cuando vi todo el daño que éste causó.
Nuestra vida, juntos
Bien me dijeron que no todo sería miel sobre hojuelas y bien sabido era
que nada es perfecto en este mundo de seres humanos. Más no creí que sería tan
difícil para dos personas que en el noviazgo sentíamos una afinidad sinigual
para sincronizar soluciones y crear instantes que para otros disparatados.
Ya casados, los primeros meses fueron de esplendor y
sacándolo más positivo de ambos. Pero la sombra del dinero, el tiempo, la
convivencia, las mañas y manías, el
desconocimiento y quién sabe qué error más en los códigos de comunicación comenzaron a afectarnos.
Hasta que apareció ese instante en que me dijiste que
ya no era lo mismo ni era el mismo que conoció. Que la dulzura se había acabado
en mí y que se te acabó el amor. ¡Estaba yo equivocado entonces!, creía que el
contar mi día a día y escuchar el tuyo, no perder mis costumbres que ni de
abandono del hogar y menos a ti eran, donde te ponía a mi par porque iguales
ante la vida siempre supe que somos, siempre tuve ese fallo al creer que eso
era amor.
Los días donde tu mamá y los mensajes secos ya iban
mostrando el camino a seguir. Utilicé la conversa, el canto, la poesía y sobre todo
el ahínco en demostrar con hechos lo que la rectitud de mis palabras
expresaban, pero nada. Aquel amor murió o quizá le hicimos daño al casarnos
(sin querer, es sólo un decir).
Tenemos que hablar…
Parece que esa frase es sinónimo del fin en
cualquier etapa o tipo de relación. Sólo recuerdo que estabas en casa luego de
varios días sin aparecer y recogías tus cosas, aclarando las que recogerías
luego o si te las podía llevar. Hablar era ya un detonador para una discusión,
más pregunté cuáles eran los siguientes pasos. Sin mirarme a los ojos, con
respeto pero sin magia me dijiste: ¡vamos a cuadrar el divorcio con “X”, yo ya
hablé con ella, nos va a cobrar tanto y sale en tanto tiempo; es lo mejor!
Sin preguntar con palabras pero con un gesto que me
salió del alma y dudo que se repita ni quiero que así sea, di a entender que
necesitaba saber el verdadero motivo. Con su estoicismo, mismo que me enamoró,
me dijo sin rudeza ni odio:
“Éramos dos niños antes
de casarnos y eso nos hacía felices; nos casamos y nos hicimos esos adultos
amargados que juramos no ser. Quiero volver a ser niña para ser feliz, quiero
que vuelvas a ser niño para que seas feliz. Y quizá luego consigamos a adultos
que nos ayuden a crecer. Pero de verdad, acá nadie es feliz”.
Eso yo no lo sabía o
quizá sí y no lo vi. Quizá fue una salida muy romantizada para eludirme. No sé
y tampoco quiero elucubrar. El suponer no es saber y se presta para conclusiones
que serán nefastas y unilaterales que causarán una tromba letal de sentimientos
encontrados.
El proceso de divorcio
Trabajar para pagar un
adiós al amor es doloroso. Los días asistiendo ante la abogada de divorcio más las
idas a tribunales más el proceso de entregar la casa que teníamos en alquiler,
además de repartir lo adquirido en conjunto ponía a prueba a mi calma y
cordura.
Ya casi ni la veía,
mandaba a sus parientes a buscar las cosas. No atendía el teléfono ni sabía de
ella. Volví a casa de mis padres con el rabo entre las piernas, recibiendo
abrazos y palabras de ánimo y consuelo que agradecí mucho aunque realmente se
iban directo al precipicio de mi indiferencia.
Luego del divorcio
Es aquí donde no sé qué
es lo que sienten aquellos y aquellas que dicen liberarse de alguien para ser
felices. Yo no estaba atado a ella, yo era una comunión de igualdad para bien
con ella. Y si me retiraron ese bien con la cirugía traumática del divorcio,
¿Cómo es que puedo ser feliz?
En el día me hacía el
tonto y buscaba en el trabajo, caminar, la Internet, la televisión, libros,
juegos y oficios la forma de distraerme. Pero más que ver en todo su recuerdo,
sentía estar exactamente en cada instante que estuvimos juntos.
Me hacía y hago
preguntas de ¿Cómo quien me dejó verle desnuda y recorrerle, ahora con
indiferencia me ve?, respondiéndome crudamente que el hacer el amor tampoco es
un lazo eterno. Y entendí que hay más.
Enjugaba mis lágrimas
al bañarme con la misma agua para aparentar valentía. Le decía a la almohada
que no iba a llorarle y dormido le hacía.
Los sueños eran todos
pesadillas donde ella me castigaba con la indiferencia y en todo era yo el
culpable. Y eso si acaso lograba dormir un par de horas antes que algún susto
me hiciera despertar con un sobresalto que se reflejaba en mi estómago.
Me hice un eco
abdominal y nada tenía para poseer tal dolor. Al menos no para la ciencia
médica. Pero la culpa me carcomía. Sí, la culpa.
Porque soy culpable de
no ver lo que ocurría y no buscar subsanar. Culpable de no luchar más para salvar
un amor que sigo sintiendo. Culpable de no ser un adulto, aunque de esto último
y para este mundo tan cruel, difícil me es arrepentirme del todo, sin que se
interprete como inmadurez.
No me eché a morir ni
me di a la bebida; no busqué en otras mujeres cicatrizar esta herida. No te
odié ni lo haré y menos al género. Podré
ser débil ante el dolor pero nunca ante el deshonor.
Me siento flaco,
ojeroso, feo, descuidado por más que me arregle. Quizá porque me veo con los
ojos de un inquisidor y culpable a la vez. Ese que duda ahora de volver a amar
y no por tu culpa, sino por la mía, porque quizá se me pida que en vez de
mejorar, cambie y eso para alguien que hace el bien –sin modestia ni humildad
debo decirlo-, no es justo y debe ser considerado algo muy grave.
Mi adiós
Lamento mucho haberte
quitado tu tiempo. Lamento no haber estado a la altura en todo lo que esto
desencadenó y menos cuando debí rescatarlo. Lamento haberte quitado sueños,
besos, anhelos, confianza…lo que fuere que hayas perdido, culpa mía sin duda ha
sido.
Pagaré la condena de no
saber qué hacer ahora, salvo vivir, para que mi vida sea algo de lo amena y
plena como lo era contigo. Sí, viví sin conocerte, puedo vivir sin ti. Pero cuando
se ha probado tal alegría uno siempre quiere otro plato para alimentar al alma.
Por muy bueno que seas,
por mucho que des. Sí no existe una relación bien entrelazada que aguante de
manera estoica los traspiés, debilidades, tentaciones y carencias, sino que
existan dos amores en paralelo que jamás se puedan cruzar, nada podrá resultar.
Y un condenado papel de divorcio lo va a
anular. Increíble que el papel sea más fuerte…que el amor.
¿Estás con otro hombre?,
¿eres feliz, buena mujer?, ¿volviste a laborar o estudiar?, ¿estás bien de
salud y económicamente?, ¿Cómo están los tuyos?, ¡te deseo lo mejor y si fuere
necesario para ti, cuenta conmigo; aunque no quedamos como amigos, tampoco enemigos somos!, sólo
percibo el limbo donde quedé cuando supe que mi divorcio estaba en pie.
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