Extrañándote estoy, abogada mía, luego de un proceso de
defensa en el que me declaré culpable: El delito de amarte.
Y le llamo delito porque fui en contra de todas las
normas y leyes. Consultando a varios tipos de abogados sus recomendaciones para salir absuelto de esta soledad
torturadora en la que parece que cumpliré cadena perpetua, uniéndome ante las
leyes del hombre y de Dios, contigo.
Claro está que no soy un demente ni un amoral, mucho
menos un asocial que transgrediría los parámetros legales para que conmigo
estuvieras, porque eso me llevaría a una prisión física que –ahora que bien lo
pienso-, no tiene mayor diferencia con esta distancia que hay entre nosotros
ahora.
Un trecho de silencio y olvido, de momentos que se
echaron a la basura, cuan expedientes mal redactados.
Quisiera saber sí recuerdas con bien cuando rompimos los
cánones en la privacidad, confesándonos emociones, sensaciones y necesidades
que mutuamente cubríamos en sana paz y alta conexión. Todo quedaba en el
secreto profesional que tu como abogada y yo como periodista, contrajimos con
nuestras profesiones, país y moral.
Porque lo que queda entre buenos amantes, es decente y de
curso legal, ya que lo consensuado se traduce en confianza y lo improvisado
siempre tiene ese rico sabor ha prohibido que dos personas que se quieren,
saben con bienestar, llevar.
Pero, se sucedió lo que jamás se hubiera esperado. Algo que
ninguno de los dos deseábamos, un país colapsado y requirente de cambios nos ha
separado.
La distancia física, la distancia monetaria y peor que esas,
la distancia anímica y no amorosa, incluso la de la de una agonizante amistad comenzaron
a imperar y poco a poco, la lejanía se empezó a volver tortura física como por
igual, sentimental.
Siendo la abogada que me defendía del dolor de la soledad
e incluso de mis propios demonios que más de una vez me querían torturar,
logrando dejarme libre, hoy por hoy, para ser mi escudo de justicia, de ninguna
manera estás.
Estando viva, te siento ya como un ser celestial que a un
condenado sus oraciones no quiere escuchar. No sé cómo contactarte, ni siquiera
sé si esta carta, alguna vez tú leerás.
Prefiero la expresión de preso a esa de privado de
libertad, porque por muy bonito o ecuánime que digan que esa expresión es,
para nada quita las penas al culpable y mucho menos hace sentir bien al
encarcelado injustamente.
Y yo soy ambos, abogada mía: soy culpable de aún quererte
y no seguirte como soy inocente de haberte de alguna manera alejado, como para
que me lleves a esta condena fatal que es tu ausencia, algo que ante el amor y
la amistad, es netamente ilegal.
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