jueves

Carta a mi Abogada

 

Extrañándote estoy, abogada mía, luego de un proceso de defensa en el que me declaré culpable: El delito de amarte.

Y le llamo delito porque fui en contra de todas las normas y leyes. Consultando a varios tipos de abogados sus recomendaciones para salir absuelto de esta soledad torturadora en la que parece que cumpliré cadena perpetua, uniéndome ante las leyes del hombre y de Dios, contigo.

Claro está que no soy un demente ni un amoral, mucho menos un asocial que transgrediría los parámetros legales para que conmigo estuvieras, porque eso me llevaría a una prisión física que –ahora que bien lo pienso-, no tiene mayor diferencia con esta distancia que hay entre nosotros ahora.

Un trecho de silencio y olvido, de momentos que se echaron a la basura, cuan expedientes mal redactados.

abogada


Quisiera saber sí recuerdas con bien cuando rompimos los cánones en la privacidad, confesándonos emociones, sensaciones y necesidades que mutuamente cubríamos en sana paz y alta conexión. Todo quedaba en el secreto profesional que tu como abogada y yo como periodista, contrajimos con nuestras profesiones, país y moral.

Porque lo que queda entre buenos amantes, es decente y de curso legal, ya que lo consensuado se traduce en confianza y lo improvisado siempre tiene ese rico sabor ha prohibido que dos personas que se quieren, saben con bienestar, llevar.

Pero, se sucedió lo que jamás se hubiera esperado. Algo que ninguno de los dos deseábamos, un país colapsado y requirente de cambios nos ha separado.

La distancia física, la distancia monetaria y peor que esas, la distancia anímica y no amorosa, incluso la de la de una agonizante amistad comenzaron a imperar y poco a poco, la lejanía se empezó a volver tortura física como por igual, sentimental.

Siendo la abogada que me defendía del dolor de la soledad e incluso de mis propios demonios que más de una vez me querían torturar, logrando dejarme libre, hoy por hoy, para ser mi escudo de justicia, de ninguna manera estás.

Estando viva, te siento ya como un ser celestial que a un condenado sus oraciones no quiere escuchar. No sé cómo contactarte, ni siquiera sé si esta carta, alguna vez tú leerás.

Prefiero la expresión de preso a esa de privado de libertad, porque por muy bonito o ecuánime que digan que esa expresión es, para nada quita las penas al culpable y mucho menos hace sentir bien al encarcelado injustamente.

Y yo soy ambos, abogada mía: soy culpable de aún quererte y no seguirte como soy inocente de haberte de alguna manera alejado, como para que me lleves a esta condena fatal que es tu ausencia, algo que ante el amor y la amistad, es netamente ilegal.

Argenis Serrano 

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