Hoy, te extraño sin haberte tenido. Aunque pudo
haber sido y no fue, te aseguro que pude haberte hecho sentirte amada.
Las palabras jamás bastarán, sino los hechos, esos
que forman alegorías como la de darte un abrazo como el de una enredadera que
de un árbol se hace su aliada y ambas, se transforman en una sola vida.
Yo quería que vieras el doble reflejo de la alegría;
de manera mezquina, yo primero, porque verías la mía al estar tú cerca. La otra,
sería el reflejo de tu propia sonrisa e mi mirada quizá cristalina, de las
lágrimas de sorpresa y preguntas que a este eje circundan:
¿Cómo esta mujer tan bella en mente, alma, corazón,
experiencias y cuerpo pudo bajar su mirada a este mortal y darle la mano y
subirle al punto central del universo, donde existiendo la nada, está el todo?
Con mucha razón debía honrar eso que tu ser pide:
sentirte amada. No sólo porque eres una dama, sino porque de todo lo valioso
del mundo merecedora eres y corto se queda.
Más no pude, te lo aseguro, cumplir tan grande
misión. Y no es porque no quiera o deba, sino por la aflicción del estar y no
tener, del cumplir a la vida y no poderme deslastrar.
Sólo puedes sentirte amada por alguien que está a la
par de todo y no sólo de ti. Bien lo sabes, porque eres humana y entiendes que
el balance del mundo amerita el mismo esfuerzo de todos, por todos.
Nadie sin paz en su corazón, estabilidad en sus
deberes, puede cumplir los placeres, ni entregarse en devoción.
Debes sentirte amada por un hombre de verdad, que
además de íntegro sea integral. Que no viva en una rosa utopía, sino en la
cruda realidad.
Y que en la misma sepa remar, arar, torear, limpiar,
sembrar, cosechar, coser y cantar, sufrir y llorar, caerse y volverse a
levantar. En fin, no una efigie, sino un hombre de verdad, verdad.
Es ese el que tú mereces, que te lleve al éxtasis y
al mundo de la creatividad; que tus lágrimas entiendan y sepa cuándo las debe
secar.
Que juegue junto a ti y no contigo; que sepa de tu
pasado y sólo sepa de tu estancia en el aquí, el ahora y el mañana.
Ese hombre que logre sentirte amada por ti misma
cuando el peso del mundo en tus hombros recae; cuando el hambre ataque, la
enfermedad se cierna, la vida se apague.
Sí puedo ser yo, más mi espada blandí en señal de
tregua, esperando de ti la clemencia de la espera, para volver pronto al fiel
combate.
Esa cruenta batalla con la realidad nacional, con lo
desalmados que algunos pueden ser, con el cumplimiento de llevar el pan a la
mesa, incluso antes de lo que uno por dentro de inmensa pasión, se arde y arde.
Si tu piedad lo permite, tu equidad lo organiza, tu
corazón mejor lo entiende, permíteme pues que sea quien te haga sentirte amada.
Y así como la planta que depura el aire que
respiramos a costa de su propia existencia, podré entonces quitar un poco de
allá y de acá, para construirte ese paisaje de amor, paz, consejo, calma, respeto
y valor que buscas.
Incluso cuando ya tienes todo eso, permíteme este
hombro brindarte para en esos momentos en que me lo permitas y te abras, poder
acompañarte.
Y así, el llanto que silentes tenemos por razones
distintas que al mismo punto se dirigen, pueda por fin extinguirse en el calor
de un acto hermoso y ardientemente apasionado.
Si me lo permites y porque me nace que puedas
sentirte amada, de aquí a donde te encuentres y de allí al por siempre.
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