Soy el búho, aquel que llaman maestro de la
sabiduría, pero, ¿Quién de verdad conoce lo que es la sabiduría?
La sabiduría, la paz y la dicha no se encuentran más
que en el aislamiento cercano, aquel donde te aíslas del mal y te acercas a la
gente de bien.
Y a ese, pocos quieren o pueden llegar, perdiendo
desbalance y en riesgo perenne de ir alejando a los que debe y acercando a los
que no.
Además, en el aislamiento hay menos posibilidades de
encontrar dichas virtudes.
Desde que nací, me aparté del mundo. Porque lo mismo
que una sola gota de agua da origen a un torrente, la sociedad da origen a
calamidades.
Así es que no cifré ni até mi felicidad en ella, nunca.
Quizá por eso dicen que el búho es sabio, por ello.
Una cavidad de una mina muy antigua o el hoyo en un árbol
frondoso, constituye mi vivienda solitaria.
Allí, lejos del mal, pero atento de familiares,
amigos y compañeros de vuelo, sea de noche o de día, aunque muchos no lo crean,
me mantengo a la par al abrigo de tormentas y no temo a los envidiosos o a
aquellos que no saben la verdad del buen vivir.
Dejo los palacios suntuosos a los desafortunados que
en ellos viven, creyendo que sólo con bienes, es que se está bien.
Comparto los manjares que da la vida con las
personas que saben lo que es la ambrosía: un plato de comida en buena compañía,
bien ganado, un gusto sencillo que satisfaga su apetito y le brinde la alegría
de la dignidad.
En mi soledad austera he aprendido a reflexionar y a
meditar. Y sin saberlo, es mi alma la que ha atraído especialmente mi atención.
He pensado en el bien que el alma puede hacer, así como del mal del cual puede llegar a ser ella culpable.
Por eso he fijado mi atención a mis cualidades
reales e internas. Porque si algo tiene el búho, es que presta demasiada
atención antes de hacer lo que ya piensa y siente que es lo debido.
Así he aprendido que no existen alegrías ni placeres
cuando todo se sustenta en el personalismo; cuando no se confía en alguien,
cuando no se vela por las cosas pequeñas de los demás y menos, por las de uno
mismo.
El mundo se rige en un vacío dentro de otro vacío,
donde el búho no puede percibir nada al ser la peor de las oscuridades.
Más siempre hay un rasgo de luz que se hace grande y
no encandila, sino que regocija, cuando se sale del oscurantismo del “yo puedo
solo”, que es igual a decir, “ya no me miento a mí mismo”.
Quizá hablo oscuramente, pero yo me entiendo, siendo
posible que tú también hables el mismo idioma y así, converses conmigo.
Soy el búho que ha recordado pues, lo que mis semejantes
tienen derecho a esperar de mí y lo que yo tengo derecho de esperar de ellos.
No he abandonado a mi familia, mis amigos, mis
bienes y mi país, tan sólo he aprendido a estar en comunión con ellos,
manteniendo la austera y quieta personalidad que el búho por siempre, poseerá.
He pasado con indiferencia por encima de los lujos,
sin obviar el tocar las cosas divinas y creativas del mundo, porque como un ser
más de esta naturaleza, que brinda el esfuerzo de sus garras, de su mente y su
prestancia, pues claro que cosas buenas, merezco.
Me he preferido a mí mismo, sin olvidar a los demás,
he encontrado el mejor equilibrio, entre el ser y el estar.
Quizá por eso me dicen el búho, maestro de la
sabiduría, ese que en el saber se ha sumergido, pero no se ahoga en un falso
regodear.
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