Cuando somos jóvenes,
creemos que habrá muchas personas con las que vamos a conectar. Más adelante,
entre el ensayo y el error, la vida nos hace darnos cuenta de que eso sólo
sucede unas pocas veces. Y esa gente que se conoce, es la que vale la pena
cuidar, más allá del espacio y la distancia.
Aunque nos excusemos en
la rutina, a diario nos enfrentamos a nuestras propias vidas tal y como se nos presentan
las situaciones; las previsibles salen rápido, las otras, que se deseaban no
llegaran, no tanto; es cuando necesitamos otras mentes, manos, palabras y
acciones que nos acompañen y quizá, rescaten.
Y aunque no suframos
una verdadera escasez, todos tenemos distintas hambres profundas: hambre de
mujer, hambre de amor, hambre de contacto, hambre de un sentido, hambre de
saber, hambre de descanso.
Al cuerpo entero se le
alimenta para sanarle en salud y no decaer cuando lleguen las inevitables
enfermedades, que serán más benignas en la medida del alimento del amor propio
por encima de lo que pusimos encima de nuestros hombros.
Estoy
consciente de que tengo la edad en que las cosas se miran con más calma, pero
con el interés de seguir creciendo, porque ese ímpetu no se detiene ni en el
más profundo descanso, sólo cuando llega de la vida, el final.
Tengo los
años en que los sueños se empiezan a acariciar con los dedos, y las ilusiones
se convierten en esperanza, intentando
comprender a la gente, aunque para ello haya que excavar hasta las raíces,
sacar tierra y comenzar la siembra una y otra vez, por nuevos frutos, por
nuevas flores.
Comprendo que debemos a emular al elemento de la vida, el
agua, la que no ofrece resistencia, sino que fluye y siempre va a donde quiere,
porque sabe que cuando se decide, nada puede oponerse a ella.
Las gotas de agua pueden erosionar la piedra, como las
palabras erróneas, incluso las de amor cuando se sabe que los oídos de la
contraparte no las quieren escuchar, por temor a que se resquebraje el diamante
de la amistad.
Más recuerdo que tú y yo somos mitad agua. Y si no podemos
atravesar un obstáculo, lo rodeamos. Es lo que hace el agua.
Si fuésemos, tú una fuerza imparable y yo un objeto
inamovible, nos atravesaríamos porque estamos al mismo nivel.
Pero sólo somos humanos que nos necesitamos y a la callada y
sin reconocerlo, nos queremos más allá de lo evidente.
Si antes de cada acción, pudiésemos prever todas sus
consecuencias, primero en las consecuencias inmediatas, después, las probables,
más tarde las posibles, luego las imaginables, no llegaríamos siquiera a
movernos.
Más en lo que podamos
prever, actuemos; porque jugarse una última carta nada más para ver que sale,
es perder toda la partida de la existencia, por egoísmo, por anarquía, por
antojo lúdico.
Volvamos a lo común que
no es corriente, a esa sencillez de las grandes certezas, que nos han enseñado
que la felicidad es amor y no otra cosa, porque el que sabe amar por encima de
sí mismo inclusive, muy a su manera es feliz.
Todo el tiempo te he
tenido en la cabeza, una idea fija en mi mente, diciéndolo toscamente por
llamar así al hecho simple de extrañarte sin ser nada más que lo que somos.
Imagínate lo bien que
sería un siguiente nivel entre los dos, sólo falta la disposición a concertar e
intentar, para en lo que podamos, engranar.
Porque puede que la
verdadera felicidad este en la convicción de que se ha perdido
irremediablemente la felicidad y hay que volver a empezar de manera mejorada el
periplo en ella hasta alcanzarla, ese debe ser su gozo.
Entonces empezamos a
movernos por la vida sin falsas esperanzas ni miedos, siendo capaces de gozar
por fin de los pequeños deleites, que son los más perdurables porque nuestros
actos los hacen eternos, aunque los malos y amargados, no quieran.
Nuestras convicciones
más arraigadas, más indubitables, son las más sospechosas. Ellas constituyen
nuestro límite, nuestros confines, nuestra prisión y nuestra libertad. En fin,
son, lo que somos. Por ello, hay que hacer para ser y ser para hacer.
Goza de
la melancolía, de no saber, de no creer, de soñar un poco. Ama y olvida y atrás
no mires. Y no creas que tiene raíces la dicha. No habrás llegado hasta que algo
hayas perdido y algo, recuperado.
Ve,
camina, porque el mismo camino de la muerte, es el camino de la vida, que se
hace mientras bien andamos.
Todos tenemos guardadas
distintas versiones de nuestras vidas, aunque nos las contemos solo a nosotros
mismos, en silencio. Y las corregimos a medida que avanzamos, porque la
verdadera nobleza es caminar toda la vida con pasos que salen del corazón; que
tus actos estén de acuerdo con tus ideas, aunque el precio sea alto.
Argenis Serrano
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