Necesito
viajar y recorrer aquello de lo cual he oído, leído o de una u otra forma
visto, pero no en persona.
Salir
de las mismas cuatro paredes que, aunque las quiero, sé que no son el mundo
entero.
Requiero
de esa fuerza incomprensible que proviene de unas vacaciones, donde al
regresar, percibes que creciste como persona, e incluso en derredor lo notan
por igual.
Veo
los estados de mis amigos y familiares, en sus viajes de vacaciones o de migración;
leo lo que ofrecen las páginas web como Tours Huaraz y me doy cuenta que lo mío no es capricho, sino un necesidad del
alma.
Los
viajes son oasis que cada laborante se consigue en su fortísimo trayecto de adultez
y responsabilidades.
Necesito
viajar para solazarme en un estanque de emociones y dormitar bajo una palmera
para recargar fuerzas e ideas. Requiero de ese oasis.
No
todo puede ser el pagar facturas, comprar comida, adquirir cosas necesarias y
demás. También está el salir a surcar caminos, ver nuevos lugares, personas y
paisajes.
El
cielo diurno y nocturno no siempre es igual, dependiendo del lugar donde se
vea. Y yo quiero apreciarlo en algún destino al que el alma, destino e incluso
mis ahorros, me lleven.
Necesito viajar, sí, pero…
Quizá
sea miedo, vergüenza o desubicación, pero mi alma no es la de mochilero. Porque
viajar sí quiero, pero por igual necesito a alguien con quien hablar.
Que
cuando señale un paisaje, estatua, edificio, plaza o atardecer, decirle lo que
pienso y que vea cómo en realidad me siento.
Que
el encuentro de ideas, sensaciones y sentimientos nos ayude a salir de lo
convencional.
Porque
la voluntad de uno mismo es tan fuerte como se concentre y se explaye. Más ella,
sin un destino adicional al corazón, termina sobrecargándose y sintiéndose inútil
de no poder contagiar de felicidad.
Sí,
necesito viajar en compañía de alguien que tenga esas mismas necesidades de
conocer, recorrer y sentir al mundo.
Que
narre lo que sabe de historia y geografía; que comente sus curiosidades y
conocimientos generales y abra nuevos horizontes a explorar.
Y
que por igual reciba de mi parte todo ello con el gusto y atención de una
persona ávida de aventuras y emociones.
Viajar
es la fuente de todos los placeres. Hacer turismo es compartir las emociones
socioculturales que mueven a los pueblos.
Negarse
a vivir todo eso, es definitivamente negarse a vivir.
Pero, esperen, ¿Qué acabo de decir?
“Negarse a vivir todo eso, es
definitivamente negarse a vivir”. Yo mismo me he
sentenciado, más allá de la frase reveladora.
Mis
acciones han condenado a mí querencia y mi existir y me sentía de una u otra
forma ajeno a ello.
He
sido mí propio carcelero todo este tiempo. Necesito viajar y en vez de hacerlo,
me encierro so excusas.
Quizás es mi alma aventurera que se fue de
viaje sin mí, al ver que no me movía por no tener a una o unas persona con
quien viajar.
Por
temer a estar solo, estando rodeado de gente. A sólo trasladarme y no
experimentar mucho, porque mis cosas debo cuidar o porque sin compartir con
alguien, algo siempre me va a terminar por faltar.
Necesito
viajar, por lo visto, para escapar de mí mismo. Y cuando vuelva, renovado, de
seguro ese yo centinela de la prisión de mi alma, se habrá ido, derrotado por
el brillo de un nuevo y mejorado yo.
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