Gracias
a motelesenmexico.one por permitirme
reflexionar en la realidad que hay al entrar a un motel y salir del mismo…
Entrar
al motel es un acto de valentía para ambos, aunque las damas no lo crean. Porque
allí surgen nuevas etapas a futuro, desde el éxito al fracaso; de lo deseado a
lo no deseado; de un principio sólido a un simple adiós.
Hay
moteles lindos que se ubican porque nos lo dicen, porque pasamos por allí y la
curiosidad nos llama, por publicidad o por buscar en páginas web. Y a todos, la
mayoría absoluta de los hombres quieren ir y una proporción altísima de
mujeres, acepta ir.
Hay
las que piden que, al entrar, antes haya una comida en la cual pensar en los
dos, en hablar de lo sagrado y lo profanos, hacerlo una especie de cita en la
que el final sea obvio, pero no preponderante; y eso, es revitalizante y digno,
poniendo al hombre ansioso en su lugar, enseñándose a ser su mejor versión.
También
quieren comer un dulce antes, porque las golosinas estimulan la alegría por
cosas del azúcar y lo que puede asociarse, según sea el postre, con el erotismo
que ellas quieren experimentar.
Entrar
al motel no es un acto directo, sea en auto o a pie, el trayecto es tan valioso
como el destino. Llevarse el paso en la cama debería ser tan igual como llevárselo
en el día a día, que es donde más estarán, sí acaso ese será su destino.
Sí,
habrá un instante de retractarse, sea fuera o dentro de la habitación. Pero sin
lagrimas ni reproches ni complejos, sólo con realidades provenientes de los
sentimientos. Y de la respuesta de la contraparte, sea de molestia o de
intentos de convencimiento o de aceptación, derivarán muchas respuestas sobre
quién realmente puede ser para tu vida.
Despejar
la mente sin olvidar lo que se quiere; eso debería ser una estrategia para
quien va a entrar a un motel, porque no puede haber complejos ni arrastrar
problemas. Es el momento del desenfreno y de la estima en franca comunión.
Decir
qué se quiere, qué se puede y gusta, así como qué no se quiere ni se puede ni gusta,
terminará creando ese clima de respeto y de conocimiento de la contraparte que,
fuera de las paredes de una habitación de motel, será muy útil, especialmente
cuando las intenciones son todas serias.
Al
salir de un motel quizás exista un silencio sepulcral por lo que no funcionó,
tanto en lo químico como afectivo o físico. En ese predio, sólo queda buscar
las palabras sinceras para subsanar, reparar o para decirse un adiós sin reproches,
ya sea al acto pasional como el de amistad o sólo al pasional.
Entrar
al motel a pie es una experiencia indescriptible, porque el hombre vigila que
nadie cuestione a la mujer y esta a su vez comprende que no hay nadie que esté
allí para juzgarte, porque un acto de pasión no ensucia a una conciencia,
especialmente cuando es una pareja sin vínculos con nadie.
Lo
que sucede en una habitación de motel, sólo queda entre dos y de por vida. Así los
destinos se bifurquen, cada gemido, palabra, abrazo, grito, embate, picardía,
posición, beso e incluso lágrimas y risas, son sólo de dos personas que se atrevieron
y se entendieron.
Entrar
a un motel puede ser algo veloz o de muchas horas; y quizás sea una única vez
que valga por toda la vida. Fue el momento en que la tensión se rompió y logró
maravillas, incluso brindó respuestas de todo aquello que la mente, cuerpo y
alma curiosamente saber, querían.
Quien
pague el motel es lo de menos; es algo de dos y nadie debe sentirse mal o usado
por ello. Ya la vida nivelará lo material, pero lo sentimental, físico y
responsable queda entre esas dos personas que entraron a un motel, pidieron una
habitación y en un espacio sencillo pero cómodo, crearon maravillas en un breve
espacio…ese que separa a dos cuerpos fuertemente abrazados por la pasión.
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