Se te ve en compañía de
quienes son de tu especie, pero hay una extraña simbiosis entre concomitancia y soledad.
Tanto la falta de movimiento
de los demás y quizá la tuya, han causado que eso sea un problema.
Creces con lógica y sin redundancia
hacia arriba, sin mirar displicente ni de manera egocéntrica a los demás. Pero te
falta crecer en compañía.
Ven tus espinas y ya te
juzgan, cuando ellas sólo son parte de tu vestido natural, tu piel, eres tú. Y sí
no te ven por dentro, entonces las espinas son de los demás en sus espinosas
actitudes.
Te quieres así y eso es
bueno y además estás en disposición de querer, siendo tú, con espinas, con una
forma adusta, con una estructura propia y que no va al mundo a ser juzgada ni
cambiada para que se adapten a ti así como tú no pides a los demás que cambien,
sólo pides equidad, que todos en sus formas, géneros, colores, en su esencia y
actitud sean sólo unidas por el bien.
Quizás así el mundo ya no
tendría esas espinas feas que son netamente opuestas a las tuyas.
A ese mundo, como a ti,
quizás les falta un abrazo, un beso, alguien que soporte el estar en tu dolor y
en tu presencia, en tu amor y en tu esencia. Que fusiones su piel con espinas y
que ambas se amalgamen dando al traste al dolor y la incomprensión.
Por dentro acumulas agua,
que es lo mismo que acumular historia y cuidado para el futuro. Al menos así ha
sido de valiosa la misma en la historia de la humanidad, sin ella o sin el aire
o las plantas o las abejas, no existiríamos. Como ves, todos nos necesitamos y
por eso debemos descubrir el interior, ese que no se ve pues es el tejido
vascular del cactus, pero que se siente, se aprende, se comprende, se hace
parte de la equidad y la idiosincrasia, del compañerismo, de la amistad o el
amor.
Un cactus es hermoso, de
gran aguante, hecho para salvar, hecho para estar paciente en la soledad pero nunca
negar la compañía, al cual regala sus frutos y semillas que sí bien son
pequeñas, regala con amor a quien le voltea a ver, a aceptar, a querer sin
fijarse en su exterior.
Se adorna con una corona que
no es de reina ni de rey, es un premio por ser sobreviviente, por no ser
resignada con las condiciones adversas sino utilizarlas como energía para
seguir y que su paso por la vida no tenga rendición.
Un cactus en la casa es como
ver a una amistad en la misma, cuando ésta trae serenidad, valora el lugar
donde está, ofrece una entrañable compañía y hasta podría protegerte del mal.
Un cactus en el lugar de
trabajo es un compañero de oxígeno no sólo por ser una planta, sino por ver que
en cualquier situación, él crece, él sigue, guarda su fuerza vital para
mantenerse en pie y cuando está en el momento idóneo para renovarse, desde sus
areolas, pasando por el cuello y hasta sus raíces se revitaliza porque sabe que
debe seguir, va a seguir, quiere seguir.
Un cactus no podrá ser esa
planta que enamora, pero sí es la planta que te enseña que ante la adversidad,
lo primero que se ha de cuidar, fortalecer y proseguir, es la vida.
Argenis Serrano - @Romantistech
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