No sabes cómo entraste a ese lugar llamado el laberinto de la soledad y de saberlo,
aún te quedarán dudas si es la más atinada de las decisiones.
Sea por edad o por reinicio de vida, la soledad que
bien aplica en momentos de encuentro, reflexión y gritos destemplados del alma
que casi siempre se dirigen al por qué, cuándo, cómo y en especial, quién.
Esa soledad a la que miramos a los ojos, le hablamos
de frente, nos sentamos junto a ella, nos cobija y aún con sus susurros de
calma, nuestro pensamiento taciturno se dirige a lo onírico o quizás
inalcanzable de otra compañía, la tangible.
Pero así como hiciera Dédalo al construir el Laberinto
de Creta para contener al terrible Minotauro, nosotros vamos colocando muros
que acompañan los colocados por las decisiones de terceros que nos afectan sin merecerlo
ni darles nosotros cabida y los otros pivotes que de seguro serán murallas
altísimas y de alto grosor creadas por la vida.
Esos muros caen del cielo para probarnos, emergen de
la tierra para confundirnos, aparecen de la nada para devastarnos.
Confundidos en el ojo del huracán de nuestras emociones, comenzamos la travesía en busca del centro del laberinto de la soledad.
Allí donde al fin podremos librar la cruenta batalla con ese ser
mitológico que nos exige como sacrificio y que no es más que el reflejo de
nuestro ego, autoestima, dolor, dudas, carencias, temores, desgano, malas
elecciones y ese revestir de estoicismo, tranquilidad y supuesta recomposición
que no son más que un amasijo agrio e inestable del Yo, el Ello y el Súper Yo.
¿La batalla?, personas mías, la batalla es a la medida
del traje con el que revestimos nuestras ideas, sentir, camino. Eso que se
llama decisión, recomposición y Libre Albedrío.
Queda en nosotros seguir el hilo que debimos ir desenrollando
al entrar a ese lugar del alma que es el laberinto de la soledad para regresar
en nuestros pasos y hacer de la entrada la salida.
O bien toca construir otra en la que nos volvamos a
encontrar con esa alma que no es perfecta pero sí es ideal, con la que vamos a
congeniar y romper muros en pro de quitar los callejones sin salida de la
rabia, el reconcomio, la culpa, la tristeza y el supuesto desgano.
En la salida y ante el laberinto de la soledad dejaremos
enterrados el tanto decirnos que estamos bien y la verdad al fin lo estaremos,
porque luego de tantos caminos sin sentido, calles ciegas, trampas, criaturas
indeseables, fantasmas de recuerdos que quisimos y no tuvimos…
¡Por fin seremos libres al leernos con orden como un libro denso y complejo al cual decidimos bien interpretar, quedándonos en compañía de quien el
alma diga, sin dudar, sin esperar de otros lo que con nuestro esfuerzo tenemos,
sin ser un uno en relación de dos o incluso sin ser uno en la relación con
nosotros mismos!
¿Y el Minotauro?, ese que nosotros mismos fuimos se
transformará en el claro ejemplo de lo que jamás debió ser. Quedando enterrado
en los escombros de ese lugar que ya superamos, el laberinto de la soledad.
Argenis Serrano - @Romantistech
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