De los recuerdos, sólo quedan recuerdos. Y quizá las cosas tangibles o las tácitas de aprender que al caer hay que levantarse.
¿Cómo olvidar aquel día
en que juntos comimos y reíamos de todo en derredor?, ¡comida más deliciosa no
he probado luego de eso!
La caminata nocturna
donde el cenit fue un beso por mí esperado con anisas desde que posé mi mirada
en tu alma. Olvidar eso es querer arrancarme un pedazo del alma.
Que tu voz fuese el arrullo
antes de dormir, el mejor de los sueños, el más alegre despertar. Son momentos
únicos, de esos que te alzan al alto vuelo del cual no quieres nunca descender.
El anhelo de asirte por
la cintura y más que besos de común, nos besáramos hasta el alma, allí, donde
el sosiego habita, donde sólo pueden entrar los elegidos, en ese rincón en el cual
el pedestal del corazón cede parte de su espacio para que cohabiten los seres
de luz.
Donde la piel se
recorre más allá del tacto y el gusto. Donde se hace una con la ilusión
maternal y paternal de la decisión correcta. Donde el abrazo es el sosiego que
se busca cuando los brazos maternales te dicen, ¡es tu momento, ve al mundo a
ser feliz y a hacer felices!
Eso no lo puedo
olvidar.
Y tampoco puedo seguir
viviendo en ello.
¡Viejos triunfos que
saben a pérdida por el complicado hecho –porque para mí jamás simple será- de
haber tenido que dejarte ir!, esa era mi única manera de verte soberanamente
feliz. Inmolarse por una causa justa es una forma perdonada por el cielo para
el perdón y la redención.
No fue maldad ni
desinterés. Fue ese no sé qué lo que a la magia terminó. Quizá faltó de verdad
que en el manantial del espíritu por fin la fuente del amor quedara en ese
ciclo eterno y sin yo querer rompí el dique. Y en esa ruptura, tú sí quisiste
crecer y fluir.
Por eso digo que no
puedo seguir viviendo en esos recuerdos. Porque me la paso buscando preguntas
para inventarme respuestas. Juego con la flagelación y la falsa auto convicción
de un algo que sólo tiene una respuesta: TÚ.
Sí, tú eres la
respuesta. Tu felicidad actual, cómo vuelas, cómo trasciendes, cómo despejas y
que jamás te aferraste a los recuerdos. Levaste anclas, quitaste lastres,
rompiste cadenas, te liberaste de culpas que no tenías. Y surgiste con la
frente en alto.
Voy a copiarte pero muy
a mi manera. Voy a seguir sonriendo y de vez en cuando suspirando por esa
pasión y esos consejos, esas reflexiones, chispa y fuertes convicciones que
tenías.
Pero he de seguir y de
plano ya lo estoy haciendo. Más escribo porque bonito te recuerdo y me alegro
de no ser como esos que lanzan pestes de lo que en realidad ellos no hicieron
bueno: el amor verdadero.
En efecto, ya ando
pisando una que otra nube, lo que quiere decir que alcé el vuelo de mi alma, me
levanté a mirar mis manos constructoras, estoy creciendo más allá de lo que
pensaba. Y no porque un amor me trancaba, no.
Era que los recuerdos y
el anhelo de la repetición me detenían sin pensar que puedo hacer nuevos y
mayores momentos para alivianar mi karma.
Así como quien sale de
la miseria, como quien sale de duelo, como quien tiene un deber por alguien valioso,
simplemente he de crecer. Porque para ello no hay edad así como no la hay para
el querer.
Uno decide sí se queda
o si sigue. Yo decidí seguir sin que ello demerite lo sentido; pero toca de
nuevo hacer porque entonces ni yo mismo quedaré en mis recuerdos.
Y de los recuerdos,
sólo quedan recuerdos ya son eso; el trozo de leña que mantiene iluminada mi
alma y no el humo tóxico y el fuego del averno que me quemaba.
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