En
una multitud de opciones, posibilidades y necesidades, soy el ente que ha de
tener el control, ser el balance, quien toma las decisiones o se deja caer.
Ya
de plano esa es una de las decisiones que debo tomar y es plausible si caigo
para levantarme, para olvidar la exactitud, para recordar mi humanidad y
reiniciarme con más bríos que antes.
Las
decisiones del corazón son otra cosa, porque él se obnubila y danza en la
lebruna madrugada con cantos que nacen de la esperanza. Quiere hacer a la
realidad y con un fallo en sus pasos, se estrella. Pero está entre mis
decisiones dar los pasos correctos, no rápidos, sino bien, para que él no
sufra. Y si llegare a padecer, me decido por ayudarle a su júbilo recomponer.
Resuelvo
lo más salomónico y factible para liberar las dudas de mi mente. Porque el poder es
justicia y poder tomar decisiones que conlleven a mejoras que no apabullen ni
pisoteen a otros ni yo ser el tapete o contrapeso que desde un globo
aerostático se lanza para que otros se eleven, es de plano un acierto.
He
tomado decisiones buenas, malas y regulares. Pero nunca han sido sólo buenas
para mí, malas para afectar y regulares por no sentirlas, quererlas ni
pensarlas. Eso quiere decir que puse de mi parte, que seguí siendo yo, que mi
fuerza y esencia vital no se dejaron diluir entre las influencias externas, los
alaridos de los desesperados, los llamados a la anarquía, el camino fácil que a
su vez es sinuoso, el ente que devora el sueño ajeno, la victoria inicua.
Valen
pues mis decisiones como muestra de firmeza y valentía y no temo decirlo aunque
peque de inmodestia. Tengo la propiedad sobre mis emociones y las inteligencias
diversas que el dador universal tuvo como buena deferencia para conmigo y así
compartirlas. Soy una persona decidida y eso a quien quiere amilanarme molesta y
a su vez le recrimina, opacado por el brillo de los aciertos y sin poder asirse
de las fallas que mi corazón y ganas buscará subsanar.
Como
quien hace una pirueta con la decisión de no golpearse y muestra lo mejor ya
que decidió confiar, he de ser para sortear, pivotear, saltar y ganar ante los
azahares del destino. Así lo decidí y así quiero ser.
Decido
ser sensual, decido brillar, decido estar ante un libro o película y reír, emocionarme
o llorar. Decido brincar un charco, decido quitarme los zapatos y bailar.
Decido comerme un helado grande y decido llevar pan a quien así lo requiere.
Decido
dar un abrazo porque lo quiero y sin él podría estallar. Decido no ser lo que
digan los demás, sino se quién soy para que aquellos que sí saben leer el poema
que es mi vida, digan junto a mí esa gran verdad.
Soy
ley, soy prohibición, soy emoción y tranquilidad. Soy el Alfa y el Omega, soy
el Yin y el Yan, soy la locura y la coherencia, soy quien descansa y quien da
más. Soy la disposición de la palabra honesta que decidió destacar en pro de
ser un buen recuerdo mientras vivo y una semilla de respeto cuando me vaya.
Decidí
que lo privado es mío, pero que mi felicidad y civismo públicos siempre serán. Un
balance peculiar con puertas que sólo los más selectos, aquellos quienes yo
decida, pueden cruzar y en la sala de estar de mi vida, pueden con gusto
departir y conversar. Llegar más allá, sigue siendo mi decisión, mientras la
contraparte se decida a ser y hacer como una persona noble y decidida.
Busco
lo óptimo y puedo fallar, pero eso es más de lo que logran los que sólo saben
de crítica, vagancia y refutar. Los pasos de una persona decidida como yo
siempre llegarán más allá, incluso en otros pies, en otras mentes y en otros
latidos, porque quien lidera sabe que la mejor decisión es enseñar, delegar y
saber dejar.
Llegará
el momento decisivo en que tendré que optar por la bifurcación del camino y sé
que la buena opción se va a presentar. Porque me decidí a construirlo y ningún
mal constructor ni oscuro vigilante de ello me podría desviar.
Quien
tenga poder decisorio en sí, pues me puede acompañar, porque no existe camino
ni acto de grandeza que una sola persona pueda consolidar, más sí abanderar. A
veces lo decisivo está en terceros o minorías que para bien o mal decidirán. Y
es allí donde mi compendio de decisiones contra las debacles me ampararán y
como bote seguro entre las turbias o calmas aguas me ayudarán a navegar.
Toca
decidir ahora qué digo, cómo se lo digo, cuándo se lo digo a esa persona en la
que decidí mis ojos posar, dándole más poder a mi cordura para no trastabillar.
He aprendido que mis estándares no deben bajar sino reajustarse para mejor
crear la realidad, estando en control de mi sentir y así las mejores decisiones, procurar a diario tomar.
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