Sólo sé medir el tiempo de una forma: estando contigo o sin ti. Cuando no estás, me consumo en horas interminables de vacío, tedio y desolación.
Cuando estás, me regenero como el Ave Fénix que retorna de las cenizas de su predecesor, que no era otro que el mismo, cuando en su soledad se consumía de dolor.
Sin ti, ¿para qué resurgir?, me pregunto en tono mezquino.
Pero tú no te mereces a alguien que no quiera surgir de las brasas
que le consumen y hacerse alguien nuevo, ni yo quiero ser el mismo porque el aburrimiento
me mataría y renacer así no es más que tiempo perdido.
El Ave Fénix es majestuosa y así es la vida de quien en lo más humilde encuentra lo más sagrado.
Como las estrellas brilla y como
ellas se apaga, pero su luz mental, de labor y corazón, muchos siglos después es
que acaba.
Así quiero que sea este amor, que no termine luego
del paso a la eternidad en forma física; porque para mí lo etéreo y
sentimental, existe cada día en tu mirada, como efluvio que sobre sereno mar
hacia el horizonte, se desplaza,
El Ave Fénix es mítica, pero lo que siento por ti no
lo es, aunque quede grabado como la leyenda estoica de un amor que el mundo no
quiso creer, pero existió.
De ese amor bonito que se molesta y se contenta, que
está en la salud y en la enfermedad, que nivela distancias y cercanías, que
llora y ríe sin temer al qué dirán.
Ese que trabaja y descansa, que es formal y paisano
a la vez, que toca fondo y como el Ave Fénix resurge; que se ve tentado, pero
jamás cae, que duerme abrazado y camina lado a lado.
Ese amor en el que han creído los poetas, que
compone canciones, que parece de novela; ese que es prosaico y elegante
también, que en las buenas y en las malas, no sabe más que esforzarse y
renacer.
El que los escépticos y derrotados abandonan y los
fuertes y metódicos rescatan; el que bajo un techo humilde se cobija, el que
tomado de la mano frente al mar, su alma solaza.
Renacer, resurgir, reencarnar, ¡yo qué sé!, lo que
sea, sólo sé que pasa, en un mundo que de tropelías no se cansa, este amor que decidido
te profeso, no se cansa de volar, en la inmensidad del cielo, que estando tú cercana
o lejana, a mis cinco sentidos les haces tocar.
Y sigue pasando el tiempo y no te tengo, pero en ese
transcurrir te soy fiel aunque mía no seas; porque no existe cosa tan fea, como
sin propósito y musa por la vida andar.
Aunque nuestras existencias no se crucen en el lecho
nupcial, seguiré dando loas a este amor tan bueno, con el que al universo
entero me haces tocar, siendo como el Ave Fénix, que en alas de fuego,
encendidas en el pebetero, de tu corazón sincero, que es refugio y altar.
El Ave Fénix es un mito, así como lo es una posibilidad real de amor entre nosotros dos.
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