Yo te entiendo, Charlie Brown. Estás enamorado, pero de la manera más ruda que existe, como lo es la silente, por lo muy temeroso que estás de decirle lo que sientes porque no sabes cómo va a reaccionar en base a tus constantes ansiedades, inseguridades y recurrentes rechazos a tu buena pro. Yo también paso lo mismo. O por el contrario, ya intuyes lo que ella responderá, allí también estamos muy iguales.
Veo cómo los demás se divierten,
se ennovian, casan, tienen hijos con una facilidad pasmosa, pasan del querer al
hacer y ese hacer, se les da de inmediato con un sí rotundo por recíproco; aunque
existan penurias, las sortean y se les ve tan felices.
Pero eso no te ocurre a ti,
Charlie Brown. Y si vieras que a mí tampoco. Noto con pasmoso asombro nuestras
similitudes en cómo suspiramos en una muy rápida y cíclica soledad, la cual no
es buena consejera y tratamos de romper con una frase de auto convencimiento
que no es más que un deseo lanzado a un arroyuelo y que se va a una canal.
Mi frase es, “daría cualquier
cosa en el mundo con tal de que esa dama se fijara en mí, para bien, con su
corazón, en sincronía con el mío”. Muchas veces lo digo en voz alta, pero nadie
me escucha, ni mi Ángel de la guarda.
Y no dejo de suspirar como haces
tú por la niña pelirroja, Charlie Brown. Ella no parece saber de mi existencia
y de saberlo, bien que rehúye –como todas en mi vida- a mis sentimientos.
Esa es la que no nos ocurre,
Charlie Brown. Y tú tienes a una admiradora secreta que tampoco te lo dice
porque teme lo que le vayas a responder (la negativa que duele en el alma).
Al menos eso te sucede a ti,
Charlie Brown, pero no a mí. Más sigo sintiéndome igual a ti, con las preguntas
que matan, esas de ¿Por qué yo no le gusto?, que lleva una respuesta en forma
de pregunta por igual de aniquiladora: ¿Acaso es obligatorio que tú seas su
destino, hombre anárquico?
Ella está siempre fuera de cuadro
y a la vez presente, Charlie Brown, como lo está tu enamorada. Se encuentra en
todas mis comidas, siestas, actividades recreativas y laborales porque vive en
mis introspectivas. Ella no me ve, nadie sabe que la veo y yo, no puedo dejar
de verla.
Su silueta se dibuja siendo mi
compañía, su voz siendo mi conciencia, su risa siendo mi fortaleza, sus labores
siendo mi inspiración. Me hace imaginar que bailo con ella aunque yo no sé
bailar, Charlie Brown. Y es allí donde me despierto, cuando me estrello contra
la cruda realidad de no estar juntos, así como tú con la niña pelirroja, que
lego se fuera de tu lado.
Esto de jugar a que ella está conmigo
es un juego que parece inocente pero es muy triste, Charlie Brown. Así como
cuando tú le dices cosas bonitas a tu enamorada y ella, realmente no está allí.
Y tú lo soportas, Carlitos, porque estás dibujado. Pero yo no.
No es bueno dejar en otra persona
la materialización de todas las esperanzas y los sueños, porque eso es
netamente falto de perspicacia, Charlie Brown. Más uno puede decidir y hacer
qué comer, cuándo dormir, qué estudiar, dónde o cómo laborar, qué comprar o a
dónde ir, porque todo eso es muy de uno y nadie puede romperlo, es la base de
la independencia y demostración de nuestra propia fuerza de voluntad y
libertad.
Pero en asuntos del amor, Charlie
Brown, allí la cosa cambia; tú no decides porque eso es vulnerar el derecho de
la contraparte a elegir y a dónde y quién enfocar su sentir. Intentar vulnerar
ello no sería amor, sino ser un tóxico que emula a una dictadura.
Allí una parte propone y la otra,
dispone. Quedas atado a su Sí o a su No y de ello, millares de veces no existe
vuelta atrás. Porque nada a la fuerza sale bien, Charlie Brown, ni siquiera en
asuntos del corazón.
Pero no perdamos nuestro derecho de imaginarla
bonito o buscar cómo liberarnos de su fuerza de atracción, para continuar con
nuestro camino donde quedarán las preguntas de ¿Por qué no ocurrió? O la de
¿Qué estaríamos viviendo de haber ocurrido?, además de la más fuerte, ¿Qué me
habría respondido si le hubiere expresado mi sentir, ese no que se hacía
evidente y que tanto temí o un vuelco a lo que creía, con un hermoso sí?
Tú un sempiterno niño, Charlie Brown, yo un transitorio adulto, seguimos siendo tan iguales porque el amor no da el primer
paso por no saber ni querer o gustar y nosotros no lo damos por el temor de
perder lo poco que tenemos: Su presencia, que aunque no sienta amor, atracción
ni atención, al menos no nos evita, detesta o nos mira con conmiseración luego de decirle lo
que siente nuestro corazón.
Es más de lo que podríamos esperar por esta cobardía
tan bañada de recurrencia y realidad. Por eso te entiendo tanto, Charlie Brown,
porque en ti he encontrado mi referente. Siento que ambos somos cordiales,
educados, locuaces, tapamos nuestras deficiencias haciendo con astucia y maña,
pero nunca con viveza ni mala voluntad. Cosas que son buenas y que
supuestamente atraen, pero que ambos vemos que ese resultado amoroso, poco o
nada se nos da.
Y así como tú, amigo y estimado Charlie Brown, toda
mi vida he encontrado en Snoopy a un amigo para solazar mi alma, contar mis
cuitas y ver que siempre, pero siempre de los siempre, hay mucho por qué
seguir, reír, trabajar, soñar, reír y vivir. Aunque ella no esté tomando mi
mano y seamos compañeros para crecer, siempre será bueno soñar con una estupenda
mujer.
Sé que tú bien que lo sabes, amigo Charlie Brown.
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