En un viaje con mis
amigos, ya en la fiesta de despedida del evento, estábamos en nuestra mesa
disfrutando de las bebidas, cuando 7 jóvenes damas de una delegación hermana se
nos acercaron. La vocera de ellas, por tenerme a mayor cercanía, me saludó y
dijo, “hola, nosotras vinimos acá porque estamos muy molestas con ustedes que
no nos han sacado a bailar”; ante reclamos –justificado- viré hacia mis amigos
y les dije: “compañeros, las señoritas quieren bailar y ustedes allí, indiferentes”.
Acto seguido, comencé a hacer match de parejas para bailar, quedando la que
habló conmigo a mi lado. Fui a otra mesa y traje a otro amigo de otro grupo y
les conminé a bailar. Al final de unas 3 o 4 piezas, regresaron a sus
mesas y la joven con que yo había
hablado, notoriamente disgustada conmigo, me dijo: “Si nosotras queríamos
bailar era con ustedes, ¿Por qué me rechazó de tal manera usted, justamente a
mí?, siendo mi respuesta: “Usted allí disfrutó bailando y bailó bien por tener
una buena pareja; y está molesta conmigo por no sacarla a bailar, pero estaría
molesta y avergonzada si yo hubiese sido irresponsable de acompañarla a la
pista, porque yo no sé bailar.
La joven se disculpó y
con el paso de los años, nada fue igual entre nosotros. Cordialidad pero
lejanía, con pena.
De ese tema tengo
muchas historias, pero me quedo con esa.
Desde niño
Mi mamá intentaba hacer
como toda madre, enseñarme. No pudo, cada 3 pasos me perdía. En la escuela –como
en los deportes- era el hazmerreír por no saber y además, las niñas siempre me
evitaban ya que no soy agraciado. Por igual mis vecinas. Todo era un trauma
entre no saber bailar y la lejanía del afecto, un efecto consuetudinario que no
ha detenido mi vida –porque acá dignamente estoy-, pero llegó al punto de
aburrirme.
Pagué un taller de
baile y la joven me dijo que sí, existen personas que no aprenden y yo era una de esas.
Una vez me hicieron
bailar con un hombre, la última prueba que hay, porque si no te obligas a
aprender así de manera vergonzosa, no aprendes. Y ni así aprendí, salvo el tener
claro conocimiento de que yo no sé bailar.
Lo que me han dicho porque yo no sé bailar
“Pero tú cantas, ¿cómo
no vas a saber bailar?”, al parecer el cable
que va de mi mente y oído musical a la voz. No se conectó con mis caderas. No es
el mismo compás, el tempo, la coordinación, flexibilidad, entereza, sapiencia.
“El que no baila no
sabe hacer feliz a una mujer”; la verdad que nunca
he sabido la respuesta real a ello: desconozco sí es sólo un decir para asustar
o para la felicidad un pilar.
“No sabes todo lo que
te pierdes”, pues sí, me he perdido muchas
emociones, pero salvo la dama que comenté en este relato y por una coyuntura de
cordialidad, nunca he visto interés de que alguna haya querido bailar conmigo. Salvo
que en una u otra ocasión pregunten, “¡¿Qué raro que no te he visto en la
pista?!, respondiéndole inmediatamente, “es que yo no sé bailar”.
“Ese hombre baila
espectacular”, me han llegado a comentar, con una
sonrisa y brillo en el rostro que me da a entender que cuando una mujer baila
con un hombre que sabe sacar el repertorio de pasos para todo ritmo, le regala
felicidad. En algún momento de mi vida llegué a sentir envidia, celos y
tristeza por no poder compartir o crear tal emoción. Pero la madurez del hombre
es superar lo que no puede con lo que sí.
Y en este caso, es la prosa que llamé: "Yo no sé bailar".
Yo
no sé bailar, pero sé imaginarme en un salón recorrido por la danza y mi
sonrisa llena de luz, emulando la de mi danzarina compañera.
Oigo
quizá el dancing queen, la cumparsita, ella dice, llorarás, qué viva España, fulanito, Juan en la ciudad, el
piano merengue, noche de mar, only you y tantas canciones más con las
cuales me imagino bailando en perfecta sincronía con la música, con ella, con nuestra
felicidad.
Yo
no sé bailar y me toca ser espectador, pero de nada sirve envidiar porque eso
me separa más que unos pasos que no sé dar.
Sólo
veo cómo disfrutan, se olvidan del día a día, alejan a la soledad y parece que
renuevan a la vida misma.
Sudor
con gusto, piernas tensas, caderas felices, torsos flexibles, gritos y aplausos
renuevan a la gente que danza.
Yo
no sé bailar, pero sé reconocer lo que a la gente hace feliz. Y si eso les hace
sentir bien, para nada me debo sentir mal.
El
espectador aplaude el acto que ha visto. Y esa danza con gusto se debe
disfrutar por un público ávido de arte, como este que es doble, pues es cultura
y galantear.
Baila
mi imaginación y me hace creativo; mi cuerpo quizá no sea rítmico, pero
funciona para la vida; voy al compás de los sones que me toca la existencia.
Quien
no es feliz con lo que tiene y es, jamás puede progresar; y si yo no sé bailar,
no me voy por ello a limitar.
Existe
plenamente quien da lo mejor de sí y sabe sus límites y lo que puede superar. Si
a alguien no puedo hacer feliz, porque yo no sé bailar, pues lucharé para en
otras formas, cruenta falla superar.
Y
sí aún no es suficiente, pues le veré su vuelo remontar, con quien sí baile y
le dé sonrisas, en la pista o en su hogar.
Porque
yo no sé bailar y con estoicismo lo digo, pero sé ser buen amigo, compañero,
buen actuar.
He
sabido de diferencias, entre quien sí y no sabe bailar, que terminan separando,
pues no logran congeniar, sea en el momento del baile, como en el epicentro del
amar.
Y
sopeso quien he sido y lo que he podido aportar; y aunque me tilden de
aburrido, porque yo no sé bailar, la lágrima que desde una mesa, he llegado a
gimotear, al ver en la pista de baile, a muchas parejas danzar, hace mucho fue
enjugada, con fe y personalidad.
Es en serio, que no sabes bailar? No te creo 😉
ResponderEliminar