Llegó el día de mi confesión, esa que tú
has intuido y has callado, de seguro temerosa de que, precisamente, este instante
llegara.
Porque hay un antes y un después en una
amistad cuando el amor se atraviesa cual saeta en el corazón de uno y no del
otro.
Porque al no haber reciprocidad, el
desmoronamiento de la amistad se decreta y todo el caudal de sentimientos
hermosos es arrastrado por una tromba de sinsabores que, posiblemente, sean
fruto de la anarquía de un amor unilateral.
Amiga mía, cometo el error e perderte
nada más en nombre de la verdad que me carcome a gusto desde hace tanto y que
he procurado callar para que sigas a mi lado.
Más la confesión es propia del
arrepentido, como lo es de la persona sincera que siente que miente cuando
oculta una verdad que es más fuerte que sí mismo.
Lo mío no es enamoramiento, es amor. De ese
bonito que uno siente de niño, de comer dulces, de ver atardeceres, de salir a
comprar, de pasar mi hombro alrededor de ti en el cine, de que seas lo primero
que vea al despertar y lo último que vea antes de dormir.
No, no es deseo carnal ni pasión
pletórica. Es algo inconmensurable como si caminara sobre el mar, trepara arcoíris
o saboreara nubes.
Parece psicodelia o rompimiento de los
cánones de la razón, caminando por desiertos que no agobian porque lo único que
se ve delante de mí es tu presencia y la sola sensación de seguirte, me brinda
una energía eterna e incalculable.
Mi confesión parte del bien tan mal que
me haces. Porque en sueños te abrazo y despierto sabiendo que no es así.
Eres el primer pensamiento en la mañana
y sé claramente que no es recíproco.
Siempre fuiste la tentación de decir
esta, mi confesión de amor por ti amiga mía, que tuve que frenar como si fuese
un pecado.
Porque aunque no lo es, tiene algo de
ello. Estoy lanzando una amistad invaluable al vacío de los lamentos con todo
el saber de que la respuesta es un no.
El “te quiero como un amigo” es veneno. Mismo
que yo me he inoculado en este juego donde lanzo todas mis cartas al fuego.
¿Por qué lo hago, sabiendo que es el preámbulo
al fin de nuestro contacto?, porque me agobia no saber la respuesta venida de
ti. Porque la supongo y el suponer no es saber, se necesitan pruebas o mejor
aún, el testimonio sincero que dolerá por siempre, pero que debe ser.
Callar esta confesión es una especie de
cinismo involuntario. Porque todo lo que te quiero, te protejo, te busco y te
demuestro con interés en tu bienestar, parece que lo hago nada más para
conquistarte.
No amiga mía, ese todo o nada es
contrario a mi forma de ser y de sentir por ti. A una amiga o a un amigo de
verdad se le cuida incluso cuando no se le ve. Si no se puede confundir amistad con amor en unas cosas, mucho menos
en otras.
En cada letra de esta carta hay temor,
algo de resignación, valentía y hasta un alivio de decirte la verdad. Así como
no sé tu respuesta, también puedo estar errado y la amistad no se verá
trastocada ni se marcarán distancias para evitar tentaciones y decepciones.
Una confesión debería de aliviar el alma
y encontrar sosiego. Por eso, espero nada más que veas que jamás te vi como un
cuerpo, sino como una persona; no te deseo, más que parabienes; te amo bonito y
como yo sé amar, de formas insospechadas que siempre deriven en bienestar.
Tanto me has dado que he aprendido a
reconfortarme y reconstruirme. Quizás eso fue lo que más me enamoró de ti. Hago
también confesión de que te busqu´tus defectos para asirme de ellos como excusa
para alejarme. Más te he aceptado tal cual eres desde siempre. Cambiarte no es
mi fin, verte evolucionar sí es mi delirio.
Y no, no funcionó, porque mírame, sigo
aquí, suspirando y esperanzado de ti, aunque ya estés hilvanando una respuesta
que de seguro no es la que yo soñaría.
Pero como será la respuesta que me
convendrá, estoico y complacido estoy ya para el momento en que la quieras o puedas
decir.
Por favor, si acaso lo merezco, sea cual
sea tu respuesta a esta confesión, tómate mucho, pero mucho tiempo para decírmela.
Porque cada instante contigo siempre me será valioso y quiero más mucho más.
No caeré en dolor o depresión alguna,
porque ese es otro súper poder que tomé de ti. Ya bastante metedura de pata es
enviarte esta carta, pero la verdad es nobleza, y nobleza, obliga.
Finalizo mi confesión asegurándote que
te adoro más de lo que yo podría medir y comprender…
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