Prólogo
En
el rincón donde las mujeres esquivan los poemas, el viento juega con las hojas
de los árboles. Cada susurro de las ramas es un verso no escrito, una melodía
que se desvanece antes de ser cantada.
Las
mujeres que no se sienten cómodas en la poesía caminan por este jardín con
pasos firmes, como si temieran que las palabras pudieran atraparlas. Pero
incluso en su silencio, hay un eco de versos en sus miradas, en la forma en que
sostienen sus secretos y sus sueños.
En el jardín de las
palabras, donde las rimas florecen, hay un rincón discreto, donde las musas se
entristecen.
Allí, las mujeres que
no aman versos, se sientan en bancos de silencio, sus ojos no buscan metáforas,
ni sus labios susurran deseo.
Prefieren la prosa sin
adornos, la línea recta, sin giros ni vueltas, y en su corazón, la poesía es un
enigma, un lenguaje que no entienden del todo.
Quizás temen perderse
en las estrofas, o creen que las letras son espejismos, pero yo les digo: “No
teman, amigas, la poesía es un abrazo en el abismo”.
Aunque no les gusten
los poemas, ellas también son versos vivientes, sus historias, sus risas, sus
lágrimas, tejen un tapiz de emociones ardientes.
Así que brindo por las
mujeres que no se sienten cómodas en versos, porque su existencia es un poema,
y su vida, un poético universo.
Epílogo
Las
mujeres que no les gustan los poemas son como lienzos en blanco, esperando que
la vida pinte sobre ellas. Prefieren las conversaciones directas, los hechos
concretos, pero a veces, en la quietud de la noche, se preguntan si están
perdiendo algo.
Quizás
la poesía sea un idioma que aún no han aprendido a hablar, o tal vez teman que las
palabras les revelen verdades incómodas. Pero el jardín sigue floreciendo, y
las mujeres, incluso sin saberlo, son parte de su belleza.
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