Como en toda buena
historia de amor, he aquí dos personas que están verdaderamente enamoradas y
cuyos intereses comulgan en el bienestar del otro. De esas parejas bonitas que
los rencorosos y flojas envidian y que aplauden quienes saben vivir al amor
verdadero.
No diré nombres, sólo
describiré su sentir y actuar. Él, un romántico empedernido que vivía en un
pequeño pueblo donde todos se conocían y que desde que le conoció a ella, -su
novia de hace tres años-, su vida había cambiado por completo para mejor.
Ella es una mujer llena
de energía con una risa contagiosa y una pasión por la vida que iluminaba el
día más gris. Él sabía que quería pasar el resto de su vida junto a esa gran
mujer, por lo que quiso colocar un gran sello a su historia de con una petición
de mano que ella nunca olvidaría.
Al tener él un empleo
bastante estable y con el apoyo de sus padres, centró su idea de salir del país
junto a ella, contratando con esfuerzo un tours en nueva york grupos reducidos ya que ambos habían escuchado maravillas de
esta cosmopolita ciudad por unos turistas que visitaron su pueblo.
Ir a la ciudad que
nunca duerme o el lugar donde se cumplen los sueños era una idea magnífica para
galantear a tan especial mujer y hacerle la gran pregunta, por lo que él, con
una determinación renovada, comenzó a planear el viaje perfecto.
Los días se
convirtieron en semanas mientras él organizaba cada detalle procurando que todo
saliera lo mejor posible, abierto a que ambos iban a maravillarse por igual en
la ciudad de los rascacielos.
El Tours en Nueva York que eligió era variopinto, capaz de abrir las
sensaciones de ambos y maravillares por igual; él procuró documentarse sobre
los lugares que visitarían hasta la manera en que se declararía, ya que tenía
claro que una historia de amor tiene improvisaciones, pero siempre se encuentra
englobada en un bosquejo bien realizado por el corazón.
Decidió que el mejor
momento sería en el famoso puente de Brooklyn, con la impresionante vista del
horizonte de Manhattan iluminado por el atardecer, visualizándolo como un
escenario mágico con el fondo perfecto para un momento que debía ser gratamente
inolvidable.
Finalmente llegó el día
de decirle sobre el viaje, encubriéndolo como una oportunidad cultural que
quería compartir a su lado. Él mantuvo con recelo todo lo relacionado a su
petición de mano en secreto e incluso la despistó con algunas poses de
indiferencia fingidas al tema para evitar que la intuición de ella le quitara
poder al momento.
Y así fue. Ella -sin
sospechar nada- se emocionó al recibir la noticia de que irían a Nueva York. En
el aeropuerto, su entusiasmo era contagioso y a él le costaba evitar sonreír al
ver cómo brillaban los ojos de ella. Durante el vuelo, conversaron, rieron y
compartieron sueños sobre lo que harían en La
Gran Manzana.
Al aterrizar el aire impactante
de la ciudad les dio la bienvenida. La gente de la agencia de turismo les
llevaban en buses especiales o a pie por las calles haciéndoles maravillarse
por los rascacielos y la energía vibrante que desprendía la ciudad más habitada
del mundo.
Visitaron Central Park,
el Museo de Arte Moderno, Times Square y no faltaron las icónicas pizzas
neoyorquinas y los perros calientes en las calles, cuyo estilo les hace único
(según las películas). Cada lugar era una oportunidad para escribir esta
excelsa historia de amor creando gratos recuerdos juntos.
La tarde de su gran
declaración llegó. Después de un día lleno de aventuras, él y ella se apartaron
del grupo y la condujo con vista al puente de Brooklyn. El sol se ponía en el
horizonte pintando el cielo de tonos anaranjados y púrpuras que coincidían con
la belleza de su amor.
Mientras caminaban por
el puente, el sonido de la ciudad se desvaneció y todo lo que podían escuchar
eran los latidos de su corazón.
Con un nudo en la
garganta, él tomó la mano de ella y la miró a los ojos, dándose cuenta en ese
instante que no había otro lugar en el mundo donde quisiera estar.
Notándose su voz
temblorosa, comenzó a hablarle sobre lo que ella significaba para él, cómo
había cambiado su vida y lo feliz que lo hacía. Ella, -sorprendida-, lo
escuchaba con atención y sin ocultar que sus ojos estaban bañados llenos de
lágrimas de emoción.
Finalmente, él se
arrodilló y sacó un pequeño estuche de su bolsillo que al abrirlo reveló un pequeño
anillo que brillaba armónicamente bajo las luces de la ciudad.
Dijo su nombre con una
sonrisa nerviosa y sentenció desde lo más profundo de su alma: "quiero
pasar el resto de mi vida contigo. ¿Quieres casarte conmigo?"
El tiempo pareció
detenerse mientras ella, enjugando las lágrimas en sus ojos, asintió varias
veces con la cabeza, sonrió de nerviosismo y se abalanzó hacia él, aunque incapaz
de articular una palabra. En ese instante la historia de amor tomó el curso
esperado, escribiéndose desde ese instante con letras doradas.
La ciudad de Nueva York con sus luces brillantes y su energía
inigualable se convirtió en el testigo de su amor eterno. Mientras se abrazaban,
sintieron que todo lo que habían vivido hasta ese momento había sido sólo un
preludio de lo que estaba por venir.
Después de ese mágico
momento, él y ella continuaron explorando la ciudad como prometidos, siendo
aplaudidos por los demás viajeros, empleados del turismo, algunos caminantes y
un ebrio en la calle que sin entender al idioma, igual entendía lo que
significa el amor.
Disfrutaron de cada
rincón, se perdieron en los museos, bailaron bajo el cielo estrellado y
compartieron risas en cada esquina. La ciudad que nunca duerme se convirtió en
el lugar donde su amor floreció con más fuerza.
Años después regresaron
a Nueva York para celebrar su aniversario de bodas, él sonrió al recordar aquel
día ante el puente de Brooklyn. Habían creado una historia de amor que
consolidó una vida juntos, llena de aventuras y amor incluso en las altas y las
bajas, donde cada lucha, traspiés, risa y beso compartido fueron todos ladrillos
del castillo de sueños y realidades que construyeron juntos.
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