¡Sabes mi amiga y amante, quién eres!, sabes
que en nosotros hay una historia de esas tan lindas, apasionadas y volátiles
que ninguna red social ni persona in situ puede saber, ni la queremos contar;
es nuestro secreto y gozo pecaminoso…o al menos para los insensibles lo será.
Porque está bien claro que tú y yo teníamos
ese destino y la forma en que nos conocimos no es la más usual, sino la debida
más allá de la distancia, cuando coincidimos en esa [para mí muy afortunada]
sala de juegos de casino online.
Recuerdo que hice una apuesta a una especialidad deportiva que tú desde la sala
de chat propusiste libremente. La hice con temor y aún así gane con holgura; te
agradecí y comenzó ese click que uno con conciencia o no, busca en las redes
sociales.
Ese latir del corazón cuando supe que eras
soltera, contemporánea conmigo, soltera sin hijos y distrayéndote como yo de lo
tortuoso de las labores y a su vez escapando de la soledad, de ver a otras
personas felices y uno no poder conectar.
Por día, la Ruleta Rusa, el Blackjack, los Tragaperras
o Tragamonedas, otras apuestas deportivas, nos hacían compañeros, camaradas. Ambos
nos hacíamos caso y poco era lo que perdíamos, teníamos el secreto para ganar:
nuestras ganas de agradar y no dejar caer al otro.
Llegó el día de conocernos. Una cita poco
convencional. En un cibercafé, nos sentamos a hacer apuestas en esa web que nos
unió. Ambos queríamos ganar y no nos decíamos el mismo porqué. Cuando recogimos
prudentemente nuestras ganancias, surgieron las mágicas palabras, “vamos a un
lugar a celebrar”.
Apostamos al sexo, al amor, a la pasión, a la
entrega. Y esa conexión a distancia se multiplicó como nuestras ganancias en un
alto porcentaje de pasión. Tú eras el rojo, yo el negro, dábamos vuelta a la
ruleta en nuestras mentes y partida a partida compartíamos el ganar. Los besos
eran premios.
Y seguíamos apostando con besos que eran
monedas, le dabas a la palanca y salía el premio de la pasión desenfrenada que
tú recogías y como buena jugadora, apartabas lo debido para cuidarte y lo demás
lo reinvertías. Era una relación ganar – ganar.
Pasaron los días y desde la web del casino nos
conectábamos con la misma vehemencia y fogosidad. Echamos las cartas y siempre
salíamos nosotros el rey y la reina, sumando 20. El As, apareció como el premio
sorpresa o premio mayor, ¡era el hijo que en tu vientre encargaste y que me
hizo el hombre más afortunado del mundo!
Hoy, muchos nos dicen que pecamos porque no
seguimos los medios tradicionales, porque jugamos a los dados con nuestra
historia. Esos mismos no saben que una
deuda de juego es una deuda de honor y mi honor queda comprometido y entregado
a ti y sé que es recíproco. Jugamos a ganar y lo logramos, en esta ruleta de
emociones que es la vida y con la apuesta mayor que se puede hacer: apostar al
amor.
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